A Milton Buelvas Mogollón
La gran apoteosis. En homenaje a mamá.
La gran apoteosis. Y ella en el centro.
Reinaldo Arenas
Mamá
se ha vuelto loca.
Escuché su primer grito de angustia una hermosa mañana de Enero. Al despertar
del sueño la encontré en la cocina, apuñalando con violencia la cabeza de una
de sus viejas muñecas de trapo, mientras decía:<<Maldita, no volverás a llamarme alienada>>. Esa misma mañana en la olla
hervía junto a pedacitos de papa y verdura, una edición del Azul de Rubén Darío que Papá me obsequió
cuando cumplí 13. << ¡Hoy comeremos sopa celestial de fantasía y verso!>>.
Mamá se ha
vuelto loca.
Dos días después la encontré desnuda en el jardín de nuestra terraza, recitando
poemas que en un principio no distinguí
a quién pertenecían, pero después de escuchar detenidamente algunos versos,
supe que eran una mezcla de Trilce
con fragmentos del Canto V de Altazor.
Fue conmovedor verla como Dios la trajo
al mundo, con la mirada perdida, invocando a esos monstruos vanguardistas que
no ahorran malos consejos. Me sonrió como disculpándose, mientras parafraseaba
una línea de Vicente Huidobro:<<Como
está creciendo la idea del suicidio en la bella jardinera>>. Fue
desde ese instante que empecé a temer que Mamá se lastimara a sí misma, por lo
que prometí no descuidarme.
Mamá se ha
vuelto loca. Para
los primeros días de Febrero Papá me comentó su decisión de internar a Mamá
hasta que supiéramos cómo debíamos manejar su cada vez más impredecible comportamiento.
No lo permití, jamás dejaría que la encerrarán en un manicomio.
Mamá se ha
vuelto loca.
Una tarde, mientras veía una película de Buñuel, escuché que Mamá me llamó
desde su habitación con un grito. Me levanté con la sangre helada y tropezando
con los muebles, llegué hasta su cuarto y la encontré debajo de la cama. Estaba histérica y solo decía una y otra vez:<<
¡Soy el sueño de otra y el fuego no me quemará!>>. La saqué con gran esfuerzo de ahí y la acosté convenciéndola
que todo estaba bien. Cuando se durmió me senté a su lado preguntándome qué
querían decir sus palabras. Cuál fue mi sorpresa al ver, sobre su mesita de
noche, el libro Ficciones de Jorge
Luis Borges abierto en el cuento Las
Ruinas Circulares. Al día siguiente Papá trajo un matasanos amigo del Abuelo
para que “revisara” a Mamá. El muy cerdo le diagnosticó una “trastorno” que según
él debía tratarse “delicadamente” en un maldito psiquiátrico. Cuando el
matasanos se marchó, Papá me aconsejó no oponerme y me abrazó intentando
animarme. Mamá apareció de improvisto con una escoba y lo atacó: <<¡Apártate de mi Rocamadour, solo
quieres robar su saxofón!>>. Papá
salió de la casa sin decir palabra, mientras ella me abrazaba extasiándome con su olor a libro viejo.
Mamá se ha
vuelto loca.
Después de ese incidente, del que indudablemente El Perseguidor y Rayuela eran los autores intelectuales;
encontré una noche a Mamá mirando a través de la ventana las luces lejanas de
los faroles sobre la avenida. Me dijo como si hablara con ella misma: << ¡Las ciudades literarias de papel
esperan el fuego de los Sub-americanos!>>.
Al día siguiente encontré en el patio un incendio de libros que ¡Por Dios! Casi
me hace perder los estribos. Libros
de Shakespeare, Blake, Hölderlin,
Baudelaire, Dostoyevski, Chéjov,
Rimbaud, Yeats, Joyce, Kafka ¡Maldición! Lorca, Trakl, Artaud, Sartre, Camus;
todos hechos cenizas, todos consumidos por el fuego. << ¡En esta casa nunca
más se leerá a un europeo!>> fue su única justificación.
Mamá se ha
vuelto loca.
No quise hablarle en esos días, me pareció injusto su proceder, por lo
cual pensé en apoyar a Papá en su
decisión. Me encerré en mi cuarto a ahogar la depresión con canciones de The Mars
Volta y Slipknot, mis bandas favoritas por aquellos años de confusión; cuando para
mi sorpresa, apareció Mamá con una mirada de niña arrepentida, me entregó Los Cantos de Maldoror y pidiendo perdón
dijo: <<El más grande de los Sub-americanos:
Lautréamont>>.
Mamá se ha
vuelto loca. Después de eso no me cabía la menor duda, Mamá
sufría de una monomanía, una obsesión que cada día iba empeorando más en su cabeza: Solo concebía el mundo a través de las
páginas de los libros de escritores latinoamericanos o “Sub-americanos",
como a ella misteriosamente le gustaba llamarlos; su pasión eran las obras que
componían mi humilde biblioteca de adolescente.
Mamá se ha
vuelto loca.
Ante esta verdad, no perdí el tiempo y escondí todas las novelas de Sábato, no
fuera que al leer Sobre Héroes y Tumbas,
terminara creyéndose Alejandra Vidal
Olmos. Me pregunté por las consecuencias de que leyera las páginas del Informe Sobre Ciegos. No podía creer lo
que estaba pasando y trataba de responderme desde qué momento Mamá se había interesado por la literatura y sus
avatares.
Mamá se ha
vuelto loca.
Le escribió cartas a Pablito Neruda, Gabriela Mistral, Octavio Paz, Juan Carlos Onetti,
José Donoso, Juan Rulfo, Nicanor Parra, Alejo Carpentier, Mario Benedetti, Gonzalo
Arango y Andrés Caicedo. Cada carta
era un desvarío que conmovería al mejor de los poetas; cartas anacrónicas en donde agradecía y daba consejos formales a quien no los necesitaba: cartas al “Tuerto” López,
Roberto Arlt, Bioy Casares, Efraín Huerta, García Márquez, Reinaldo Arenas y al
resto de la pandilla.
Mamá se ha
vuelto loca. En
los últimos días de Marzo, al terminar de leer Los Detectives Salvajes, me dijo que quería conocer a Roberto
Bolaño y a Mario Santiago Papasquiaro y prepararles un gran desayuno. Cuando le dije que Mario Santiago
había muerto en el 98 y Bolaño en el 2003, lanzó un grito que me rompió el alma,
y jalándose los cabellos, lloró como una niña. Al verla tan afectada, no pude
evitar llorar con ella, no pude evitar
la tentación de llorar en su regazo.
Mamá se ha
vuelto loca.
<< ¡Los Sub-americanos buscan
el Cielo de la palabra, quieren regresar al vientre primitivo de la desangrada
América!>>, me gritó ese medio
día, mientras Papá, con ayuda de dos enfermeros, le ponía una camisa de fuerza. Luego que la ambulancia se la llevó, Papá
me dijo que los malditos libros y yo éramos los únicos culpables.
Mamá se ha
vuelto loca.
Cuando fui a visitarla no quiso hablarme; me miró como a un desconocido. Le entregué a escondidas una copia
mecanografiada de El Infierno Musical de
Alejandra Pizarnik y Consejos de 1
discípulo de Marx a 1 fanático de Heidegger de Mario Santiago. Ella me
entregó una hoja arrugada donde encontré el siguiente garabato con una nota que
me pareció fuera de lugar dada su aversión a cualquier literatura que no fuera de este continente:
Cárcel
mirada desde arriba donde pagan por sus crímenes los puntos seguidos en la
novela L’Étranger; los
guiones en el cuento A Perfect Day for Bananafish;
los signos de exclamación en la obra Le Petit Prince; los puntos suspensivos en la novela D'un
château l'autre; los signos de interrogación en la obra Also
sprach Zarathustra; los puntos y comas en el Livro do Desassossego; las comas en Poeta en Nueva York; los paréntesis en Under the Volcano; las tildes en el cuento Mekurayanagi
to nemuru onna y una celda vacía
esperando que la Policía Patafísica
atrape las letras mayúsculas en el poema Song of Myself. Todas las celdas están custodiadas por el iconoclasta Ludwig
Wittgenstein.
Mamá se ha vuelto loca. Al intentar ahondar
en el significado de esa nota, sentí en mi fuero interno una revolución que me
hizo valorar como nunca a mi Madre ¿Cuántos mundos y posibilidades habitaban en
su hermosa cabeza llena de frases y poemas? Sentí que ninguno de nosotros era
digno de ser testigo de sus epifanías literarias.
Mamá se ha vuelto loca. Papá prohibió a los enfermeros que me dejaran a
solas con ella. Todos me trataban como el culpable, incluido el Abuelo, que
siempre fue mi mejor amigo. Por
primera vez odié a los libros y a mi
pasión de lector, juré no volver a leer una página de literatura hasta que mamá
se recuperará. Por esos días tuve un sueño en el que vi a Mamá dibujar en una
de las murallas del centro histórico de nuestra ciudad, mi retrato leyendo las
páginas de un libro en llamas. Este sueño confirmó la grandeza de su amor
incomprensible y me reveló el poder que tienen las palabras al ser leídas por
el Soñador.
Mamá se ha
vuelto loca.
Seis meses después, el Abuelo movió sus contactos y me consiguió una beca para
estudiar leyes en una universidad del Norte. Antes de irme visité a Mamá. Papá
me ordenó no contarle de mis planes. La encontré delgada, con esa mirada
vidriosa común en los que llevan mucho tiempo encerrados tomando drogas
psiquiátricas. Le dije que la amaba, no
me respondió. Cuando me marchaba, agarró mi mano, acercó su boca a mi oído y susurró, como si me contara un secreto: <<
¡No olvides a los Sub-americanos ni en el Infierno ni en la Tierra!>>. Se alejó caminando por un pasillo de
baldosas blancas y negras como un tablero de ajedrez, que no sé por qué, me
recordaron el rostro de Borges hablando
de la eternidad.
Mamá se ha
vuelto loca.
Me fui a la maldita “Gringolandía” con el alma muerta y las maletas llenas con
las cartas que Mamá escribió a sus escritores favoritos. No podía borrar sus
palabras de mi cabeza, su amor por la literatura era inconcebible en un mundo
como éste en el que odian a los soñadores. Su caso era único y hasta llegué a
pensar que su historia era uno de esos argumentos descabellados que a Julito
Cortázar le hubiera gustado escribir.
Mamá se ha vuelto
loca.
Las primeras semanas fueron duras, caminaba por las congestionadas avenidas de
la metrópolis como un zombi, convencido que todo estaba perdido sin ella: para
mí era la única en el mundo que amaba los libros tanto como yo. Por aquellos
días, Con alcohol y nicotina, cultivé una especie de cinismo inocente que
maldecía a todos los poetas que me habían hecho creer que la vida era un acto
de amor y de bondad.
Mamá se ha
vuelto loca.
No sé de dónde saqué ánimos, pero empecé
a asistir a clases. Intenté en lo posible mantenerme alejado de todos, no
quería una amistad que no fuera la de ella. Busqué la manera de sacar buenas
notas, pero no podía engañarme, sabía mejor que nadie que a ella poco le
importarían unas marcas en el papel que demostraran mi buen rendimiento; estaba
seguro que un poema o un cuento escrito con mi puño y letra serían los mejores
intentos de hacerla feliz.
Mamá se ha
vuelto loca.
Un año después uno de mis profesores, el
único individuo al que le brindé confianza, quedó fascinado con su historia. Gracias a él publiqué las cartas de mamá en un periódico
underground con sede en Nueva York. Como era de esperarse, todos los lectores del
periódico, que en su mayoría eran jóvenes escritores, se interesaron por la
vida de mamá; la imaginaron como a una heroína de las alcantarillas, una
especie de Ofelia del Tercer Mundo. Abrumado ante sus interminables cartas,
donde solo preguntaban un sinnúmero de estupideces, yo solo respondía con
amargura y desprecio lo que todo buen hijo, fiel a la imagen de su madre, podía
responder: Mamá se ha vuelto loca.
Texto: El Señor Underground
Foto de Portada: “El mundo de Christina”
de Andrew Wyeth
Este Cuento fue ganador en el concurso de cuento del XVI Festival
de arte universitario de Cartagena. Mayo 2013.
Se publicó en la revista Cuaderno de Coloquio Julio 2013 y en el blog "Fanzines desde la Interzonax"
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