Por Raymundo
Gomezcásseres*
…elementos, animales, humanos, todo está en guerra. Hay que reconocerlo, el
mal está sobre la tierra.
Voltaire
Entre
mediados de 2014 y principios de 2015 irrumpió en África un agresivo brote de
ébola. En poco tiempo la infestación se extendió a varios países europeos y a
Estados Unidos. La cifra de muertos ascendió aproximadamente a doce mil, la
mayoría repartidos entre Guinea, Sierra Leona, y Liberia. A pesar del éxito en
el control del brote, el temor y el peligro a que futuras afectaciones se
conviertan en pandemia no han desaparecido. Como ocurre casi siempre en estos
casos, una ola de especulaciones infundadas atribuyó el fenómeno a una fuga
provocada por la inadecuada manipulación de cepas bacterianas en laboratorios
dedicados a su estudio. Otro rumor más atrevido señaló la intencionalidad de la
contaminación: habría sido provocada con fines experimentales. Se trató a todas
luces de
especies peregrinas producto de la ignorancia, o cuando menos, de la
desinformación. Para nadie es un secreto que el único animal que fabrica armas
de destrucción masiva es el hombre. Es impresionante el monto de las
inversiones dedicadas a esta “industria” de la muerte, así como el despliegue
tecnológico en que se apoya. No creo que sea descabellado considerar que la
peor y más ‘sucia’ de todas estas armas está conformada por las industrias y
tecnologías que depredan y contaminan el ecosistema. Sus apocalípticos efectos
no excluyen nada; los más áridos e inhóspitos parajes del mundo sucumben
deteriorados por la devastación. Es la evidencia palpable del mal hoy. Lo que
muchos ignoran es que la madre naturaleza no es ajena a estas
dinámicas, aunque en ella, a diferencia de las humanas, ocurren por generación
espontánea, sin conciencia ni moral. Me estoy refiriendo al hecho de que en
este inmenso e insuperablemente sofisticado laboratorio autorregulado que es el
planeta en que vivimos, los procesos biológicos, sean ordinarios o traumáticos,
incluyen la creación de microorganismos cuya emergencia se articula con posibles
necesidades que determinan su aparición. En este orden de ideas, ¿cuál podría
ser la necesidad biológica, incluso orgánica, que explicaría la producción
natural del virus del ébola? ¿De quién
y de qué ataque se está defendiendo la
madre naturaleza para llegar al extremo de fabricar semejante arma de
destrucción masiva, más letal que cualquiera de las creadas por el hombre? ¿Por
qué el ébola no incuba con la misma virulencia y ensañamiento en otros seres
vivos? ¿Por qué es la especie humana su objetivo principal? ¿Coincidencia?
¿Ataque directo? ¿Existe acaso una extraña, singular, y no descubierta
conciencia o atípica inteligencia que orienta la agresividad de los virus
contra los humanos? ¿Estamos recibiendo un mensaje? En caso afirmativo, ¿cuál
es su contenido? Una respuesta integral que incluye factores religiosos, éticos
y filosóficos la da Kant cuando dice: toda
teodicea ha de ser propiamente interpretación de la naturaleza, en la medida en
que Dios hace saber mediante ésta la intención de su voluntad. De ser
cierto, la voluntad de Dios estaría apuntando a blancos colocados en la espalda
y el pecho de la especie humana. Yo me conformo con una respuesta llana: se
trata de una guerra implacable en la cual no habrá acuerdos de paz ni
negociaciones; ni armisticios ni rendiciones incondicionales, sino
interrupciones por agotamientos, o controles. Así sucedió con las plagas y
pestes durante la antigüedad y la Edad Media. Es una liza en la que sobrevivirá
el más fuerte. En ella contienden poderosos microorganismos: el virus del
ébola, entre otros, y un depredador ilimitadamente violento y cruel: el hombre.
La madre naturaleza (la ‘medium’ del Dios de Kant), sacó a
relucir su más reciente y sofisticada arma biológica en un intento por eliminar
la célula cancerígena que la amenaza. Por lo pronto parece haber una tregua. El
animal humano, habiendo frenado el
ataque, se afana en procura de un refuerzo inmunológico eficaz que le permita
vencer. Pero el trabajo de la naturaleza es silencioso y soterrado. Habrá que
confiar en que la próxima generación de soldados del ébola sea invencible. Solo
así el universo se verá libre de su mayor amenaza.
Cartagena,
noviembre de 2015.
Adenda: el texto
anterior fue publicado en el Magazín Dominical de El Espectador hace cuatro
años. Desde hace un par de semanas se manifestó en China, y se ha extendido a
varios países del mundo el contagio mortal de una bacteria bautizada como
‘Coronavirus’, causante la enfermedad zoonótica conocida como ‘neumonía de
Wuhan’. El apelativo proviene del nombre de la ciudad en que irrumpió. En el
momento de escribir esto van docenas de muertos, varios miles de contagiados y
cincuenta millones de personas en cuarentena. Según científicos australianos
solo se dispondrá de una vacuna dentro de seis meses. Mi opinión sobre lo dicho
en 2015 no ha cambiado. Al contrario, se reafirma.
Cartagena,
enero 25 de 2020.
El autor: escritor.
Profesor catedrático del Programa de Lingüística y Literatura de la Universidad
de Cartagena desde hace dieciocho años. Autor de la trilogía novelística
titulada Todos los demonios, conformada por Días así (dos ediciones),
Metástasis (dos ediciones), y Proyecto burbuja, inédita.
Fotografía
de portada: Kevin Frayer
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