JUDAS “EL ILUMINADO”






















Aquello que no ha sido elegido por nosotros no podemos considerarlo
ni como un mérito ni como un fracaso.
Milan Kundera

Éxodo
Ya habían pasado seis horas desde la última dosis; la tercera recaída del año -al menos esta, no había sido dramática como las anteriores-. Recuerdo que cuando estaba en la edad de la inocencia mi madre alardeaba que el teatro era lo mío, era lo suficientemente cómico para desportillar una carcajada ambulatoria a quien se me diera la gana.
Cuando me dijeron que podía marcharme a casa, con un par de indicaciones penosas, miré de soslayo al procurador de mi salud y le agradecí por educación más que por agradecimiento, me tiré de la cama como quien se libera de un gran peso, pero no me detuve a pensar en mis lánguidas piernas; estas dejaron en evidencia que poco podían socorrerme.
Caí desplomado. Vergüenza momentánea que vino acompañada de miradas vacilantes, yo reía para apaciguar el momento y crear la idea de que me había dolido poco -cosa que no era cierta-. Me levantaron tres de un solo golpe, a quienes ahora no me place recordar pero en ese momento me sirvieron de improviso. Justo al salir de ese recinto de fetidez humana me sentía mucho más vivo, no sé si me veía, pero me sentía de ese modo.

San Judas
 Hospital de San Judas” ¡vaya nombre! Pude haber estado en otro sitio, de los 45 hospitales con los que cuenta esta ciudad. Pero no, estaba en ese, que además de darme escalofríos, tenía un nombre maldito. En esos momentos de lucidez   -creo haber estado lucido, o simplemente era la última dosis de medicamentos- reflexioné sobre si era conveniente decir que Judas había sido un Santo. Vamos, la humanidad investida de hedor ha hecho cosas insospechadas, pero si entregas a Cristo… y luego te haces santo, es una puerta que se abre a todo. Esta visión es de por sí muy compleja. Pero recuerden que estaba mareado y un poco “lento”. Frotaba mis manos de vez en vez, para sentir que ese momento era real.
Tan real como el café de las mañanas. El rutinario café de muchos, el apacible café de otros, mi café bendito. No tenía conciencia de que fuera en suma perjudicial, y lo tomaba tibio. Después de esto, prometí no tomar más café. No es como si fuera viejo, pero una subida de presión como la mía, que me orquestaba de camino al hospital, casi inconsciente, empezaba a preocuparme.
Tres episodios en dos meses. ¿A quién no le preocuparía? No una preocupación sigilosa, la mía era abismal… porque para terminar de componer la melodía de estos días de mierda, era ansioso. No de la ansiedad que conoces, no de la ansiedad que experimentas, esta es de otro tipo; del tipo que te atormenta y te hace frotar las manos para ver si el momento es real.


Los puntos medios
Qué puede ser mejor que un par de estragos mentales, para ser jodidamente brillante, o perversamente jodido. Pero recuerden que a la vida no le bastan los extremos. A la vida le sobran los puntos medios, las zonas de confort, las líneas imaginarias en fronteras ridículas, y el peligro de los bordes.
Un borde es el fin de una cosa y el comienzo de otra -que también puede ser la nada, aunque ruego con que no lo sea-. Por lo general esa “otra cosa” es caótica, y uno al parecer está del lado correcto, haciendo los movimientos correctos, en los tiempos correctos, pero en realidad el borde es el inicio de algo, y nos resistimos a inicios que nos turben, porque estos inicios no son buenos inicios      -o al menos eso es lo que yo creía-.
Tres días después de mi salida de “San Judas” ya me reconocía como otro, me sentía otro y me convencía de que lo era. Era este, mi punto de inicio. Y no iba hacia el borde. Había dirigido mis esfuerzos hacía un tour de regreso. La única diferencia, con el tour real, era que ya había recorrido esos sitios, y no viéndoles por primera vez, la estadía era menos alentadora. A mi favor, tenía el conocerles en tiempos remotos, y deslizarme a ellos -muy a mi pesar, ya que odio las repeticiones de películas malas, siendo esta en demasía desastrosa- esforzándome por enfocarme en la real dificultad y no dimensionar a gran escala todos los sucesos.
Pero como ya les dije soy ansioso. Y la ansiedad siempre está haciendo el trabajo sucio, le gusta jugar al futurismo, y alardear que todo será “estupendamente imposible de ser peor” -sé que suena confuso, porque de hecho lo es-. Para mi suerte -creía y nótese que me cobró caro- le dije a mi ansiedad, que este retroceso expiatorio, no obedecía a mi futuro, era una vuelta de regreso a mi pasado, que me traería solo beneficios.


Los tiempos verbales
Me sentí poderoso, con mi ansiedad en su sitio, convencida de que ese no era su tiempo -ya que el pasado era cosa de la depresión y ella gobernaba el futuro- nada podía salir mal, porque ya había pasado. Lo “estupendamente imposible de ser peorera caer en la depresión. Me detengo en “caer”…no entendía esta metáfora. ¿Por qué la gente no dice, caer en el dolor, caer en la bondad, caer en el amor? Dice caer en la depresión. Pero el dicho está incompleto y en completarlo radica notar que vas cayendo o que caíste.
Cuando me hablan de las caídas, pienso en mi primera bici, recuerdo una competencia en una calle larga, y doblar en un extremo sin éxito, golpeándome los huevos con la barra. Fue solo un parpadear y estaba en el suelo. Cuando pienso en caer pienso que será rápido y que contaré con tiempo para levantarme, pero no con el suficiente para evitar la caída.
Por eso la oración “caer en la depresión” está incompleta, hay que añadirle “lentamente”… no sutilmente, o cuestionablemente, inapropiadamente, injustamente… solo lentamente, con el suficiente tiempo para evitar la caída. Y con más tiempo aún, si el asunto es que ya estamos en el suelo.
De este modo, ya había resuelto, que la lentitud me serviría como preservativo. Era consiente de cómo funcionaba la “depre” y solo debía evitarlo, porque contaría con mucho tiempo para caer.


El Retorno
Saneados los problemas menores de mi yo interno y dado de alta emocionalmente, por nadie más que por mí mismo, me dispuse a iniciar el viaje que bauticé como uno de los lugares más olvidados de este pedazo de tierra, al que le dicen país: “el Retorno”. Suena a caucho, destila sudor y sabe a coca, bastante burdo el nombre, pero no me quedan muchas oportunidades para crear nombres significativos -sé que irán a buscar de qué se trata y al menos un par de lectores sabrán de qué les hablo-. Por eso tomé uno que le hace gala a su ubicación.
La primera vez que supe de él fue por Disparo Molido, en adelante DM -su nombre obedece a su forma de ser, y fue un apodo que cariñosamente le di a sus espaldas-. DM me contó fascinado de su travesía, pero no como quien tiene anhelos de volver, tampoco era una fascinación morbosa o amarillista, era una fascinación de descubrir el engaño y aun seguir vivo para contarlo sin un rasguño.
Pero todo eso, no es objeto de estas líneas. Lo importante aquí es mi “Retorno”. Decidí hacerlo porque he estado insatisfecho con mí existir -no en crisis, pero disgustado con el mundo- como si yo hubiese hecho todas las cosas bien y él no pusiera de su parte. Ahora se preguntarán ¿Cómo es que el mundo debe poner de su parte?, pues no creo tener la respuesta, pero sé que conmigo ha sido excéntricamente abúlico.
Me ha dejado solo, no ha conspirado ni a mi favor ni en mi contra. ¿Acaso no soy parte de este pedazo de materia? He pasado desapercibido por mucho tiempo y ahora que tengo “demasiada” atención, solo es porque estoy enfermo.


Un lugar donde encajar
Medito en silencio ¿Cómo fue que llegué aquí? En realidad, la cuestión es ¿Cómo me arme de valor -si es que se le puede llamar valor, a esta intrépida hazaña- para regresar a estas latitudes? Me duele la espalda y tengo un par de callos en mi mano izquierda    -soy zurdo- es normal que pase cuando conduzco por días. Esto de volver a mi pasado es más serio de lo que yo mismo imaginaba. Durante mi incapacidad, decidí “largarme”, no irme. Hay una gran diferencia entre una cosa y la otra. Cuando uno se va, trata de organizarlo todo, llamar a los interesados y dejar al tanto al vecino para que alimente al pez dorado, que ya debe estar muerto en la cocina.
Pero yo no tenía intenciones de armar un teatro -aun cuando mi madre lo recomendara gustosa-, así que me largué, sin que nadie supiera a donde iría; aunque confieso, que justo ahora pueden haber pasado dos cosas, que nadie se halla dado cuenta de mi ausencia -lo cual me tranquiliza- o que simplemente me estén buscando por toda la ciudad, con un gran alboroto por mi desaparición… esta idea es despreciable, otra vez tendría atención, pero por confusa preocupación o lastimosa culpa. Cuando pienso en ello, creo que debí avisarle a alguien.
Estoy en mi primer departamento de casado. Cuando creí que todo estaba resuelto. Profesión, esposa, hijo y casa propia, eran los cánones de la vida privilegiada, en esta sociedad de mierda… que te aglutina con tu futuro, como si fueran grandes cucharadas de bacalao hirviendo, y no pudieras hacer otra cosa que tragarlas. Lo que yo no sabía, es que una vez tomas todas las cucharadas, ya no te queda nada más por hacer.
Confieso que nunca anticipé que como adulto, tendría que buscar un lugar donde encajar. Pensé que como adulto, ese campo estaría resuelto. Pero no… mi matrimonio no duró mucho. En realidad no sé en qué estaba pensando cuando decidí rentar este apartamento. Volver aquí me da nauseas. Me siento enfermo, sé que estoy enfermo, pero hoy es diferente, hoy me siento vacío.


Indecisión
He estado aquí por varios días. Me he dedicado a cosas estúpidas, como revisar los baños, constatar que los pisos están muy gastados, verificar que las puertas fueron cambiadas…y otro par de tonterías, solo para distraer mi mente. No he podido dormir como quisiera.
He decidido irme. Creo que estoy cayendo en la “depre”. Supuse que le sobrellevaría, pero todo está fuera de sí… yo estoy fuera de mí. Son las cuatro de la tarde “¡tienes que salir de aquí!” Me gritan, no sé quiénes. Me duele el pecho, como si tuviera a alguien encima. Cierro las puertas y salgo en busca de mi carro. No está… ¿No está? ¿Dónde lo dejé? Recuerdo haberlo dejado justo a dos cuadras. Todo es realmente extraño, no hay nadie en la calle. No hay tráfico, en una de las avenidas más concurridas de esta puta ciudad. ¡Calma! Tengo que calmarme. Tengo frio.
El sudor me corre por la espalda... estoy acostado en la cama boca abajo… solo es un sueño, un maldito sueño que quiere enloquecerme. Mañana me iré, no tengo porque salir despavorido. En realidad, solo me estoy justificando para quedarme una noche más, aun cuando no quiero. Pero si me voy, tendré que decidir a donde ir, y estoy evadiendo toda posibilidad de decidir sobre lo que sea.


San Judas II
Siete y cuarenta y cinco de la mañana. La primera ronda de revisión de los internos. El sol parece brillar con rigor…les miento, no soy yo quien escribe estas páginas. Porque en realidad no he salido de San Judas.
Enfermera: ¡Buenos días! Me alegra verle.
Sofía: No sabía si podría volver… después de ese día… en realidad estoy apenada, no me esperaba lo que dijeron y no sabía cómo reaccionar -lagrimas- me siento peor por no venir desde entonces… ¿Cómo está?
Enfermera: -sonríe lastimosamente- Estable.
Sofía: ¿Puedo quedarme con él?
Enfermera: Por supuesto.
Sofía: ¡Hola! He leído que aunque no puedas moverte… me escuchas. No voy a volver a irme ¡Te lo prometo! Vendré todos los días, tomare tú mano y te contaré todo lo que hago… hasta que despiertes -suspiro-. Ha pasado una semana, así que tengo que ponerte al día de muchas cosas. Cuando me contaron sobre tu estado, yo estaba furiosa, pero no contigo, sino con el doctor, así que me enloquecí… ya sabes cómo me pongo ¿No? Y fui un desastre…
                                                                                                 

Texto: Indy Nazir Lleneris
Portada: Edward Hooper

2 comentarios:

  1. Con ese final no pude evitar en pensar en la película francesa de Schnabel, La Escafandra y la Mariposa. Personalmente creo que la depresión es tan abismal que en la caída tienes momentos de ilusión absurda en el que crees que tocarás fondo en algún momento pero cuando eres consciente de que no será así irónicamente entras en un estado de inconsciencia del cual al despertar vuelves al momento de ilusión absurda, no es un eterno retorno (como el de Nietzsche) sino una caída en espiral.

    ResponderBorrar
  2. No creo poder describir a la depresión; esa sensación vaga que inunda al cuerpo tiene un marcado hábito de volver en cuanto puede; normalmente puede constantemente.
    Pero he estado aproximándome a una conclusión, no sobre la depresión sino sobre su presencia; ¿porque es más común en unos que otros?, ¿porque es más frecuente o ausente?; creo que esto depende de la manera en que digerimos la realidad; algunos con mayor rapidez, otros necesitamos más tiempo y menos ruido.

    ResponderBorrar