UNA VISIÓN ANDINA DE LA LITERATURA COLOMBIANA


                                                                                           Por Raymundo Gomezcásseres *

Desde hace más o menos tres décadas se viene proyectando tanto internamente, como hacia el exterior, lo que propongo como tópico en el título de esta reflexión. El más alto porcentaje de escritores que nacionales y extranjeros reconocen como emblemáticos de nuestra literatura reciente es oriundo de los departamentos que conforman el centro del país; el llamado altiplano cundiboyacence, del cual forman parte además los del eje cafetero; hay que agregar a Antioquia. Negar que en dichos locales existan autores sobresalientes sería una indelicadeza insultante, un agravio injusto. Pero que todos los que aparecen en ‘el catalogo’ (uso una expresión de moda) merezcan el protagonismo que se les atribuye es un despropósito aún mayor. Aquí aplica aquello de ‘no son todos los que están, ni están todos los que son’. Tampoco se trata de hacer una lista-inventario a manera de registro clasificatorio. Como dice la canción, ‘no hay cama pa’ tanta gente’. En contrapartida, menos se puede caer en el extremo contrario de replicar a la injusticia de los protagonismos inmerecidos, con una clasificación en la que aparecerían quienes posean méritos no reconocidos. Que, entre otras cosas, quienes los merecen, ni los piden ni los reclaman; están por encima de esas nimiedades; siempre ha sido y seguirá siendo así. Ante esto lo mejor que puede hacerse es intentar responder la siguiente pregunta: ¿qué puede haber motivado en los lectores esa percepción anómala de la realidad literaria del país? Se me ocurre intentar una respuesta. Seguro puede haber otras mejores (o peores). Hay que animarse a darlas.


La primera causa -y duele decirla- está formada por dos factores. Uno: la incultura literaria del colombiano medio; en otras palabras no saber distinguir la buena literatura de lo que me atrevo a llamar el ‘género mamarracho’. Dos, el bajo promedio de libros leídos per cápita al año, a diferencia de países como Argentina, México, Chile. Como se ve, ambos factores tienen una sola fuente: la ignorancia; el peor de todos los cánceres; porque si los biológicos quitan la vida, este destruye el alma. Y siempre será mejor vivir una corta pero luminosa vida interrumpida por un linfoma, que llegar a la ancianidad siendo un tonto que piensa que Vargas Vila es superior a Henry Miller. La segunda causa es que en Colombia todo se ha cartelizado: la política, los negocios, la farándula, la economía… La literatura no es excepción. Los capos de los carteles de Medellín y Cali influyeron en la organización del Estado colombiano actual más que todos sus adláteres: los líderes de los neo-carteles: el de Santa fe de Ralito, el carrusel de la contratación, el cartel de la hemofilia, hasta llegar a Odebrecht y el cartel de la toga. A Pablo Escobar y a los Hermanos Rodríguez Orejuela deberían levantarles estatuas en todo el territorio de la patria… La patria ese cartel de carteles “re-fundado” en Ralito con la venia del ‘Capo di tutti capi’.  Los ‘capos del cartel literario’ son nano-versiones de los capos clásicos. Ellos manejan a su antojo, premios, concursos, marketing editorial. Algunos, como “escritores”, para auto-promoverse; otros, como empresarios, gestores del negocio de la cultura, y “editores”. Desde sus climatizadas oficinas de burócratas, tocan con la varita mágica de su poder al que recibirá tal premio o ganará un concurso, al que será el escritor del mes o del año, al que será traducido, aparecerá reseñado, entrevistado (o no); al que será invitado o excluido de ferias y de todos los festivales que ‘hay’… En fin. Y la tercera causa, variable de la anterior, es la importancia que tienen en nuestro país la frivolidad y la lobería. Los escritores  a que me vengo refiriendo (sin nombrar a ninguno), desfilan por las pasarelas y alfombras rojas de ‘la literatura como espectáculo’, en la misma forma en que lo hacen Angelina Jolie y Brad Pitt en su medio, o Amparito Grisales en el nuestro. No los denigro; que ellos lo hagan, pase. Ante lo dicho cabe una muy respetable objeción: el enfoque propuesto es parcial pues toma un solo local como referente. ¿Acaso no ocurre algo parecido, igual, o peor en la costa caribe, de donde es oriundo quien escribe? ¡Por supuesto que sí! Lo que es evidente (y para eso basta asomarse a eventos culturales, revistas literarias de editoriales y universidades, medios informáticos y noticiosos, publicidad y marketing editorial, etc…), lo inocultable, repito, es que si en la costa llueve, en los andes no escampa. A fin de cuentas es allá donde está el poder con toda su parafernalia; desde lo político-económico (industrial, financiero, empresarial, etc.), y militar, hasta llegar a lo cultural, y como instancia suya, el poder literario. No el poder de la literatura, que no existe y de existir sería precisamente su negación, como en efecto es: antagonista; no meretriz. Pero hay algo más grave. Durante las décadas que propuse como periodo de instalación del fenómeno que he llamado visión andina de la literatura colombiana, pareciera  no existir en la costa caribe un solo escritor de valía; más que eso: es como si transcurrido ese tiempo, nadie, hubiera escrito algo que medio valiera la pena. Lo cual es tan falso como pretender que lo mismo ha ocurrido en el páramo (la expresión es de García Márquez). Voy a ir cerrando con una cita de Bernardo Soares, alias Fernando Pessoa:

A veces cuando pienso en los hombres célebres, siento por ellos toda la tristeza de la celebridad. La celebridad es una plebeyez (…) Y además de una plebeyez es una contradicción. Parece dar valor y fuerza a las criaturas pero tan solo las desvalora y debilita. Un desconocido hombre de genio puede disfrutar la voluptuosidad suave del contraste entre su oscuridad y su genio, y puede, al pensar que sería célebre si quisiera, medir su valor con la mejor medida de sí mismo. Pero una vez conocido ya no está en su mano revertir la oscuridad. La celebridad es irreparable. De ella, como del tiempo, nadie vuelva atrás ni se desdice. Y por eso la celebridad es también una flaqueza. Todo hombre que merece ser célebre sabe que no vale la pena serlo. Dejarse uno ser célebre es una debilidad, una concesión al bajo instinto, femenino o salvaje, de querer ser visto o ser oído.



Me tomo la libertad de ofrecer disculpas a las feministas furiosas en nombre del heterónimo y su alias. La verdad es que no creo que haya habido en sus palabras la más mínima intención de ofender. Tanto uno como otro sabían muy bien que lo dicho aplica igualmente para las mujeres superiores, que además, abundan: Emily Dikinson, Virginia Wolff, Flannery O’Connor, Ana Ajmatova, Alejandra Pizarnik, Clemencia Tariffa… La lista es larga. Ellas tampoco claudicaron ante la plebeyez. Porque como dice la canción de Pablo Gallinazo refiriéndose a que ‘la miseria es del miserable, que puede ser pobre o rico’, ‘la plebeyez’, no tiene sexo: perfuma a cualquiera con sus flatulencias. Tampoco tiene local: ‘cachacos y costeños que escriben’… hay muchos, ¿pero buenos escritores? Son esos muchos los que se apañan por untarse la plebeyez como si fuera loción Old Space; a fin de cuentas de alguna manera tienen que alcanzar la celebridad. ¡Y como huelen!


*Escritor. Autor de la trilogía novelística titulada Todos los demonios, conformada por Días así (dos ediciones), Metástasis (dos ediciones), y Proyecto burbuja (inédita).


Las imágenes fueron extraídas de la obra del pintor Fernando Maldonado 

4 comentarios:

  1. En la muy acertada excelencia de ilustración de un pintor como Fernando Maldonado, me complace sentirme privilegiado aplaudiendo admirable fuerza de artillería muy propia de Raymundo G. C. Ante todo con esa distinción de lujo de detalles desde lo espléndido de la pluma de un narrador de su talla que sabe desenmascarar un oprobioso ambiente. Y de manera específica en lo que atañe a la Costa Caribe colombiana, donde unos supra-academicismos de la más alta erudición, sin pudor alguno, se encuentran de hacedores de mandados de un sombrío crapulaje dueño de las instituciones.
    Sin pudor alguno hechos toda una deprimencia de servilismo ‘delibery-boys’ , 'para' en contra-prestación como diría la canción del grupo niche---: ‘que si viaje al Japón….que si viaje a Nevada…’, pero eso sí, tras aquello que Raymundo G.C., acaba de definir de manera magistral: viéndoseles vueltos en su propio hedor ya cerote cuesta abajo en su rodada de luminarias vedettes de pasarela…¡ Bravo…Ray.

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  2. "No necesitamos banderas/ no reconocemos fronteras" dice una canción de la época llamada paradójicamente "rock en español". La literatura con remoquete corre el riesgo de volverse formato porque comienza a obedecer a otros objetivos diferentes a generar otra vertiente de la realidad, es decir, a " divertir". Escribir para ganar un premio o leer para identificarme son pequeños bastardos de la necesidad de ser famoso o de tener un pedazo de un famoso, del "será el Cohelo colombiano" o "una vez vi a Cohelo...". Como si uno tuviera eso
    Como si uno todavía usara eso...

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  3. No te procupes Ray, que el tiempo se encargará de derribar y poner en su sitio a eas aves sin plumas y de corto vuelo. Pero antes de que llegue el tiempo -que está ahí a la vuelta de la esquina- hay que derribarlos a hondazos. Sé que ni un solo tiro nos ha de fallar y... Bueno, bueno, bueno... ni siquiera hay que hacer eso, pues ellos -esos abalorios- se caen solos.

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  4. La pelu......en el ojo a.... y q... de la viga en el nue....

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