CUENTOS DE MESÍAS PARA ANTES DE MORIR

 

JESUCRISTO DE LAS MOSCAS
Conocí a un hombre muy parecido a Jesucristo, era calvo, gordo, de tez canela, buen mozo y elegante, eso fue antes de tomar un aspecto medio lívido y “miserablezco”. Es decir más como mesías que como embajador de Dios, su miseria la encontró en la sonrisa de esa bella puta, y luego de su vagina se escapó el horror cual caja de pandora.

Me gustaba frecuentar el Heaven´s bar, lo encontraba inspirador, las conversaciones que allí sostenían eran de corte pseudointelectual y las hallaba excitantes, volvía a casa con el ego recién pulido y sentía que la mierda ya no se me podría adentro, se la salpicaba en la cara a mis coexistentes lanzándola en forma de perorata. Yo más bien era un bucle, contaba lo mismo una y otra vez, lo iba reinventando para encontrarlo cada vez más interesante, agregaba y quitaba detalles para ajustarlo a la realidad, nunca me preocupó la persuasión, soltaba la mierda a los cerdos en el muladar de la tertulia, a veces mientras terminaba de sorber el Minche (fue la primera bebida que aprendieron a destilar los dioses, se dice que dejo mucho bastardo en la tierra debido a su toxicidad)  y volvía la mirada hacia los cerdos, los encontraba absortos digiriendo mis heces.

Aquel día, no puedo recordar los días si no tienen un color que los distinga (los números y nombres de los días no los encuentro útiles para referirse a un momento del temporal). En ese día de etiqueta negra conocí al hombre con la sombra más hermosa y larga que nadie jamás haya conocido, siquiera visto, diría que era una sombra normal, pero no es así, tenía una obscuridad espesa, parecía un hondo agujero que se le escurría de la planta de los pies y se hundía  por debajo del suelo. Le temía porque la luz y cuanta partícula pequeña que se dejara arrastrar se la tragaba el abismo vacío de su sombra. Pero yo era el único que sentía que la proyección de su gran cuerpo era hostil, él la paseaba sobre la hierba y esta se espabilaba con respeto, no con miedo, la tierra desaparecía por el breve espacio en que su sombra se proyectaba del otro lado, sobre los muebles, sobre el suelo de baldosa, cuando se regaba de su gran panza sobre la barra del Heaven´s bar, y cuando la sombra de su cuerpo, cualquier parte de su cuerpo, eclipsaba la piel medio desnuda de una mujer esta se hacía suya y caía rendida debajo de él, embalsamada por la sombra, le atravesaba el ser y ellas volvían a existir de nuevo, se redimían. No había noche ni carencia de sol más oscura que su sombra, yo la lograba ver sin sol ni luna, a veces oía la fricción que hacia contra el suelo.

Las primeras veces evité hablarle, era de esos tipos que inspiran respeto, como para evitar salpicarlo con mierda, pero el hombre se rodeaba de amigos, no sé por qué escogía esas personas, no eran de fiar, pero él les confiaba sus noches de cerveza y Minche, también los viernes de orgias. La sonrisa del hombre era cautivadora, abría su bocota con dientes cariados circularmente, y de la misma oscuridad de su sombra se le escapaban feroces carcajadas  desde dentro de la panza, inspiraba cierta confianza a la que me mantenía impermeable, no era que desconfiara del gordo jocoso, sino más bien le guardaba respeto.

Aconteció que un día de distintivo verde, el hombre carcajeaba con sus amigos ya bastante ebrios y hacían chistes desmesurados y mórbidos. Él tenía la particularidad de abordar los chistes en forma de anécdotas, algo que yo ya dominaba, les daba largas y casi los terminaba convirtiendo en cuentos absurdos, ahora que lo pienso no podían ser anécdotas porque los narraba en tercera persona, y no sé de dónde putas sacaba tanta originalidad, terminaban por ser chistes ambiguos o estúpidos, contados con un aire de complejidad y magnificencia pero ni eso los hacia entendibles. Entonces se reían cada vez más cerca de mi nuca y sentía más cerca sus inconfundibles carcajadas, no voltee por dignidad, sus risas se dirigían a mi persona y pude comprender que se habían estado burlando de mi un buen rato cuando me golpeó la espalda y dijo: ¡como a este que tiene cara de que no le gustan las vaginas! -carcajeaban-, no entré en calor y me mantuve sereno, asenté y dije: ¿Cómo me van a gustar? Son horrendas, para eso nos hicieron la verga, para manipular tal creatura con cuidado. Ja ja ja, ¿lo ven? Es un marica –replicaba-, mientras me abrazaba con un gesto muy fraternal, hasta me sentía augusto. Los tragos se agrupaban sobre la mesa, me parecían como parvadas de patos volando hacia… hacia donde vuelen los malditos patos, o gansos o cisnes, para mí siempre fueron gallinas voladoras, para el gordo eran fénix, y para los otros eran tragos. Lo cierto era que volaban a nuestras vejigas, los que no se subían a la cabeza o se metían entre la sangre tibia. Lo discutimos con toda la delicadeza que requería el asunto, se iba poniendo difícil la cosa cuando no dábamos tregua de a qué se parecían los tragos sobre la mesa, todos desistimos de la idea de las aves cuando de repente las copas se desvestían lujuriosamente, otras se iban corriendo, y las más inteligentes se lanzaban suicidas hacia el suelo, las más agraciadas eran las que cantaban a coro el ¡Oh Fortuna! La noche terminaba con disimulo, derrotándose en grandes pedazos, habíamos acabado secuestrados en los lechos desmemoriados de las putas del Edén, y la resaca parecía el pago casi expiatorio de mi libertad, ellos se habían ido.

-Cristo… Jesucristo- me respondió, quizás a la pregunta de cómo se llamaba. El estar en su presencia acarreaba una carga amnésica, pues su sombra desgarraba el tiempo, se comía pedazos del temporal, a veces eran unas pocas palabras, a veces frases enteras, horas enteras, noches enteras, días enteros, otras segundos a medias, y generaba una sensación como de modorra. Cuando me fui acostumbrando a tal desconcierto, ya sabíamos mucho el uno del otro y de los otros: Sabia de cuando casi se ahoga, de las orgias en el rio, de las comilonas que hacían, de su madre que lo lloraba, de su fracasada panadería y pescadería, de cuando hizo beber orines a sus amigos diciéndoles que mágicamente había preparado cerveza solo con agua y un ingrediente secreto, era un gran cómico y cínico, sus hazañas no tenían comparación en este tiempo. Y ahí estaba yo, Santiago. Lo que más me temía, era pertenecer a algo, a una mezcla heterogénea, a un grupo, a un rebaño, a los que no son de fiar, siempre me había jactado de mis desventurados intentos de ser parte de algo, me alegraba el ser un marginado porque podía contemplar la podredumbre y quejarme de ella, me elevaba entre las masas y caminaba sobre cadáveres, sin ser de ellos, ni de las masas ni de los cadáveres, es en donde reside la gracia de ser Dios, poder escupir desde el cielo, rascarse el culo y masturbarse sobre la raza humana, lanzando el germen irresponsablemente, yo por mi parte lo ahogaba en el retrete o dejaba que se evaporara sobre la hierba.

Conocer a Jesucristo fue para mí triste, era un buen tipo, y todos sabemos que los buenos tipos no terminan nunca bien, son desamados, la fortuna se les caga encima, y el único héroe es el alcohol o cualquier vicio que los ayuda a disolverse. Todos dicen “miren en lo que se convirtió” “miren su condición” “pobre miserable”. Lo que no saben es que por más brillante que paguen su cruz, por más honda y hermética que sea la tumba, los gusanos también los van a encontrar a ellos y se les meterán por cuanto agujero tengan, por el culo, los ojos, la nariz, y hay de quienes viven con el corazón pululando de gusanos y muertos ya, estos huyen por el culo, los ojos, la nariz y cuanto agujero tengan.



Me encontraba desmemoriado como los lechos de las putas, no por exceso de recuerdos sino porque de nuevo su garosa sombra se me comía el pasado. Me reponía acurrucándome en la cabecera de una cama. Veía como él arrastraba sus pies bocabajo halándolos con la cadera y atravesando la pelvis de esa bella dama, los pies de aquella mujer se erguían como unas firmes pirámides de piel y las nalgas de Jesucristo respiraban rítmicamente entre sus piernas. Sus cuerpos se alargaban hacia el infinito deformándose en la trama de una perspectiva celestial, de los brazos se les escurría la piel, y los huesos apenas la mantenían en su lugar. Alcancé a ver sus pechos por entre la espalda diáfana de Jesús que se transfiguraba en cada orgasmo, mientras que ella en tan sacro momento apenas escupía moscas de su vagina en vez de los jugos tibios que todos buscamos beber. Salían moscas a chorros, como cataratas oscuras, lo negro no tardó en intoxicar el cuarto entero, la luz se apagaba con tan horrendo espectáculo y la sombra de Jesucristo desapareció por un momento. Luego todas las moscas cayeron muertas al suelo, sobre sus cuerpos, sobre mi cabeza, sobre las sabanas secas, no pasó mucho tiempo, pero el horror es siempre largo porque duele, aun no escucho a quien atestigüe que lo torturaron solo un poco.

Barrimos el lugar con la mujer mientras que extrañamente Jesucristo luego de dos horas no se reponía, ni nosotros terminábamos de barrer los asquerosos bichos. Con el tiempo los ojos se le ahondaron en las cuencas de su cráneo cada vez más, su prominente barriga se escurría y su sombra se había aclarado notablemente. Aún seguía con aquella bella puta, y lo encaré: Te vas a morir si sigues culeando con esa perra.
-¿Qué te preocupa, lo de morir o lo de que sea perra?

-Lo que le preocupa a todos, morir- dije.

-De eso se trata- respondió.

Pasó mucho tiempo, y por pasó quiero decir que de nuevo sentí la fricción del tiempo. Me había acostumbrado a como la sombra de la presencia de Jesucristo me arrebataba la sensación de envejecer en un acto analgésico. Ya no se aparecía por el Heaven´s bar, y todos nosotros nos habíamos vuelto a perder uno del otro. Se hablaba de él como una leyenda, como un fracaso, como un fantasma, nadie evitaba hablar de aquel bello ser, las personas tienen sus propios matices con que decoloran o tiñen la realidad, hay quienes lo enaltecíamos y quienes no. Hablaban de él como si fuera otro ser humano normal y no era así, su sombra que ahora imaginaba tenue, quizás aún pudiera curar del mal de existir a muchos incautos o quizá no. Cuando lo volví a ver, hicimos como si no nos conociéramos, fue lo más sano, yo evité caer en su miseria y él en la vergüenza. Quién sabe si esa era la causa de su indiferencia, me gustaba pensarlo así, envés de pensar que nuestro momento no significó mucho para él. Supe que vendía pedazos de madera para quemar en el invierno del Edén, y pedazos de espinas ensangrentadas quien sabe para qué. Andaban con una pequeña cruz de madera que se paraba firmemente con un soporte, la ponían en el centro del parque y ella, esa maldita puta, se aferraba frente a la cruz de la barra transversal con sus manos, se alargaba, arqueaba su cintura y movía su sólido y brillante culo, repartiéndolo por pan y monedas, mientras que Jesucristo tocaba una vieja flauta.      

           

LOS INDIGENTES QUE JUGABAN A LOS DADOS


-¿Pero quién putas, se cagó cerca de nuestra almohada? Preguntó Tum molesta, mientras Tim y Tom jugaban a los dados, -Malditos indigentes, les gritaba queriéndoles llamar la atención. -¡Sí, esta noche gané yo! Se levantó Tom exageradamente feliz mientras frotaba sus manos ampolladas y reía cual niño emocionado.

–Esta noche nadie ha ganado, par de idiotas, voy a dormir sola y ustedes tendrán que buscarse otra esquina- dijo Tum con voz de mando.

Tim, Tom y Tum eran una familia de “indigentes” desheredados que vivían sobre la hierba verde de un gran jardín que se extendía entre un par de carriles. Podía  ser cualquier jardín que divide cualquier vía en cualquier ciudad, en este caso la mía; ciudad gris de edificios e iglesias grandes, de buses atestados y noches putas, de grafitis tristes y luces rojas, una ciudad nueva que no escapaba de la miseria de su país.
Las mañanas curiosas, cíclicas, allí se llevaba a cabo la búsqueda habitual en las sagradas basuras que aún se extienden por todos los andenes, como si una entidad dispusiera misericordiosamente la supervivencia de estas tres creaturas en una forma misteriosa. En la basura encontraban lo necesario para sobrellevar su existencia. Una mañana  Tom encontró unas bonitas joyas oxidadas: un collar de eslabones podridos y un anillo de circunferencia torpe en el cadáver de un travesti, lo despojó de sus joyas con un agraciado respeto y sutileza cual rito fúnebre, e inmediatamente se las regaló a Tum luego de lavarlas en el oasis húmedo que se formaba sobre el asfalto negro. Esa mañana parecía común, las sobras del restaurante de la esquina escaseaban, los vecinos del barrio desmaquillado no dejaban mucho en su trastero, pero los kioscos de verduras siempre desechaban un par de frutas y zanahorias que luego comían en la cena. Tom siempre esperaba encontrar algo más para regalar a su amada Tum, le recitaba salmos de una vieja biblia medio quemada, con entonación sutil y seductora, con una cadencia rebuscada entre esa teología rebuscada mientras que ella modesta escuchaba.
    


Tum se preocupaba por mantenerles y evitar la miseria que disimulaban en el intento de escapar de toda esa mierda, sin tener que dormir esas siestas de otrora que tomaban cuando escaseaba el alimento, lo hacían para adormecer el hambre y soñar con la plenitud, llenar el vacío de su mente y estomago con el discurso creador del dormido, olvidar la miseria hambrienta que se les carcomía las tripas y ahogarla con las imágenes que proyecta el fuego de los dioses. Ella lloraba en silencio cuando el insomnio la torturaba. Mientras que a Tim le bastaba encontrar papel para limpiarse el culo y mantener su ano limpio, prefería la sección de política y los clasificados para esto.

-¡Uju!- Escucharon Tom y Tum quienes buscaban en la misma basura. Miraron a su alrededor y no vieron a Tim, -¡Uju!- Ahora nuestra vida será diferente, gritaba de emoción Tim quien se acercaba corriendo con un bonito vestido de paño colgado a la espalda. -Miren lo que encontré- decía mientras se probaba el saco sobre el pecho, -¡Wow!- Quiero probármelo, dijo Tom -Es solo mío- respondió  de manera odiosa Tim, -Con este traje podré salir a conseguir trabajo para mantenerlos, -Ja ja ja ja… no seas estúpido- exclamó Tum para poner orden al caos que se empezaba a armar.

-¡Esa ropa es para gente que huele bien, de pelo brillante y costumbres ociosas, hábitos absurdos y amores infieles, no nos sirve para nada, bótalo!

-Podríamos venderlo- propuso Tom.

-¿Qué les pasa? -Casi llorando-. Yo que quería darles una maldita vida mejor, ahora saldré de toda esta mierda solo y los abandonaré- dijo Tim y salió corriendo.

Tom y Tum recogieron todo y al llegar a casa encontraron a Tim con su elegante vestido, peinado y se había lavado las mejillas, pero estaba descalzo.

-Esta noche seré yo quien duerma con Tum, soy el más elegante y además seré rico, ordenó Tim, -¿Si? Para eso tendrás que ganarme- entonó Tom con voz retadora. Siempre sentí curiosidad de cómo se apostaban el amor nocturno de Tum, habían noches en que duraban batiendo los dados hasta 5 o 6 horas y otras en donde tan solo era cuestión de un par de echadas, ella se sentaba a mirar hacia el cielo hondo y cruel del cual se escondían las estrellas, recordaba como en su época moza cuando la belleza no se le desvanecía a pedazos de la piel, un muchacho flácido, pálido, calvo y medio tarado le cortejaba con unos versos desafinados y medio lascivos, hasta que una noche, ya no discernía si fue horrible o de antología, él se le incrusto en su virginidad sin consentimiento y la violó penetrándola siete veces y así rompió el umbral de lo desconocido. Ahora ellos resolvían el asunto jugándola a la suerte, pero fuese como fuese la noche, nostálgica para ella o feliz, siempre hacía el amor con una gran destreza y pasión sin importar quien ganara, los podía amar a los dos con el mismo placer y eso la hacía bella y a la vez maternal.  


-Maldita sea, déjate de estupideces y quítate ese maldito vestido, encaraba furioso Tom a Tim, -Tú me tienes envidia ¿No es verdad? Hubieras deseado ser el que encontrara el vestido, además se me ve mejor a mí que a ti, maldito indigente huérfano, - hijo de puta ofensivo-, respondió Tim, -No me digas huérfano malparido drogadicto, a ti te violó el cura de tu pueblo-, un largo silencio se rompió en la cara de Tom en forma de puño y se golpearon un largo rato mientras se seguían gritando, era una escena común para Tum quien los dejaba hasta cierto punto donde no se hicieran daño y luego los tomaba del cabello y les pateaba súper fuerte en el culo, para ponerlos en regla.

A la mañana siguiente Tim no quiso salir a recolectar en la sagrada basura con ellos, sino se quedó tendido con los pies cruzados, y les dijo: -¡Véanse! Salen todas las mañanas, arrastrados por el hambre a buscar en los desechos de los demás, somos lo horroroso para los malditos vanidosos, somos el fracaso para las cadenas de ropa y los supermercados, y lo peor, somos la excreción del mundo que hala de la cadena cerrando los ojos en su afán de deshacerse de nosotros, somos lo que no existe para Dios y sin embargo ustedes se creen en el Edén-. -¿Por qué hablas así? Siempre nos hemos mantenido felices juntos-, exclamó Tum, -Además Dios siempre nos ha proveído de su misericordia dejándonos algo de comer en la basura- acotó Tom, -¿Disfrutan del hambre y la mierda a nuestro alrededor?- Pregunto Tim, y nadie respondió. Tal vez sí lo disfrutaban y el silencio asentó, o quizá no les gustaba la situación y se dieron al silencio para sortearla.

De vuelta a casa Tom y Tum tenían una gran comida para Tim y esperaban tener una velada apasionante los tres para reconciliarse, pero él ya no estaba y se había llevado esa sucia almohada que había hecho de un gran peluche descuartizado; lo esperaron por muchas noches y por muchas mañanas, le gritaban fuertemente desde el puente llamándolo hacia lo hondo de la ciudad. Después de un par de años los dados reposaban en el olvido, sin embargo ellos ansiaban verlo pasar por la calle con un vestido aún más elegante o en un auto, y se dedicaban varias horas al día a jugar a encontrarlo.

Les habría dicho que Tim murió la noche siguiente a manos de unos heroicos policías que andaban en patrullas de luces sangrientas, los agentes del orden que mantienen las calles seguras y los miedos de la gente normal fuera de vista, la mierda fuera de la otra mierda, pues no basta cerrar los ojos, es mejor asesinar el horror con más horror para que este sienta miedo de germinar de nuevo de entre la podredumbre. Lo persiguieron por varias calles y al dormirlo en el sueño eterno con 33 golpes  de bolillo en todo el cuerpo, lo despojaron de su elegante atuendo y le vistieron con sus antiguas ropas que cargaba entre la almohada. Ahora reposa en la morgue o quizás en una fosa común, vaya uno a saber. Les habría dicho eso, pero me daban miedo, yo solo era un espectador de esos omnipotentes que no intervienen, que pueden alimentar de esperanza una historia pero la ven terminar con el curso natural de lo inevitable, como esos que miran desde una pequeña rendija en el cielo. Además con el tiempo Tim se convirtió para ellos en un fetiche de esperanza y una vida limpia, acicalada, feliz y prospera, ya en el fondo hasta envidiaban un poco al Tim que imaginaban oliendo a champú y desodorante, pero no dejaban de sentir gran felicidad y admiración por él.  



Estos cuentos se publicaron por primera vez en la edición de  QöXaHöMN XXI. Año 2017

Textos y Foto-esculturas: Santiago Rodríguez Ruiz


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