Renán despierta, mira hacia la sala,
y ve a su Hígado delante del prehistórico televisor Panasonic. Bebe ron Bacardí
con Coca-Cola y contempla un documental de medianoche con modo silencio activado.
– ¡Oye, borracho! –dice–. ¿Sabías que
el hígado es el órgano más pesado del cuerpo humano?
Había acabado de levantarse debido a
una resaca precoz, y la escena parecía un turbio sueño. Frota su mano sobre los
ojos. Pasa el dorso por su boca. Tiene sed, mareo y vértigo. Se había levantado
a tomar agua y tuvo que incorporarse rápidamente.
– ¡Es pura fibra, borracho! ¡Pesa lo
que debe pesar mil almas en la báscula del infierno!
Renán mira el televisor. Trasmiten un
documental sobre arte moderno, o la biografía de un pintor reconocido. Sabe muy
poco de qué va la programación. El televisor era un adorno sucio, que creía no
funcionaba.
– Es el viejo Pollock; Jackson Pollock.
Un borracho, como tú. Este sí era un genio. Tú juegas a serlo y tienes en esto
un pretexto para emborracharte.
El Hígado acaba la copa y sirve más
Bacardí en el vaso. Esta vez sin Coca-Cola. En el televisor una mujer ataviada
de rojo, recorre los pasillos de un prestigioso museo. Explica los cuadros y
conceptualiza tonalidades. Renán mira la pantalla, y luego a su Hígado.
– No se puede estar bebiendo así,
borracho estúpido. Arruinas todo. A ti. Y a mí, por supuesto –explica–: Sin mí
estarías arruinado.
En la pantalla aparece una serie de
trazos indistinguibles. Negros y blancos y grises luchando entre sí como una
red de nervios desvariados. La cámara distancia su enfoque, y en la perspectiva
lejana, Renán contempla un vasto cuadro que la mujer del museo parece relatar
desde su origen.
– Niebla lavanda,
imbécil –dice el Hígado–. Está colgada en la Galería Nacional de Arte de
Washington. Dos años tardó en terminarla, y ni siquiera utilizó el alcohol en
su proceso de creatividad. Ya lo había reemplazado por los tranquilizantes –El
Hígado mira a Renán, después a la mujer en el televisor. Bebe su copa. Y dice
leyendo los labios estrechos y delgados de la mujer–. Ella dice que hay belleza en cada centímetro cuadrado.
Que es una compleja madeja de pintura
fundida en una superficie delicada y unificada. No exagera, la muy perra.
Es una genuina obra de arte.
Surgen los comerciales y Renán se
incorpora de su arrobamiento. Acorta la distancia. El hígado continúa. Dice:
– ¿Puedes creer que estaba en su
momento más alto de creatividad? Pollock era un alcohólico, pero cuidaba su
hígado. Responde algo, borracho. ¿De dónde procede la creatividad? Dime algo.
– La creatividad no existe.
Contesta, finalmente. Entiende lo que
le pregunta, pero la respuesta careció de gracia.
– Existe, imbécil –Le corrige–. Te he
visto cómo la malgastas. No te hagas el interesante bohemio conmigo.
– ¿Del corazón?
– ¡Error de novato! –Grita y se levanta
de su asiento. En la reacción rocía gotas de ron en su superficie–. No,
borracho. Viene del hígado. A veces del estómago, pero nunca del corazón.
El Hígado agarra la botella de
Bacardí por el cuello, y se encamina hacia Renán. En el televisor un comercial
enseña el uso de los números de discado internacional. Sin sonido no se
entiende en absoluto.
– ¡¿Te has vuelto idiota?! –pregunta–.
Si quieres que esto funcione –alza la copa–, comienza por no arruinarlo antes
que empiece. Pasas tan ebrio que ni cuenta te das de lo que andas escribiendo;
pierdes pulso, borracho. Pierdes todo.
Renán escucha el reclamo. Atiende a
las palabras, pero hay algo más que le llama la atención con intensidad.
Dice:
– Espera, ¿ese es mi ron?
– ¡Malito! ¡Borracho imbécil! ¡Cara de
cemento! ¡Inútil!
Explota en una sarta de insultos
beligerantes. Tira el vaso a la pared, pero no se rompe, y cómo la botella la
sostiene por el cuello, la estalla contra el piso. Vidrios y ron forman una
reducida laguna filosa.
– ¿Te preocupa el ron? ¡Recógelo! ¡Soy
tu hígado! –grita–. ¡El órgano interno más grande del cuerpo humano, y el
centro vital de tu creatividad! –mira el televisor. Continúa diciendo–: Y de tu
pobre vida de escritor.
Queda estupefacto, catatónico
resacoso. Mira el televisor y luego a la figura erguida delante de él. Debe
medir más de cincuenta centímetros, y pesar menos de cinco kilos. Sin embargo, se
siente amenazado. No encuentra qué decir. En el televisor vuelve a aparecer la
mujer del museo. Está sentada en una banca a las afueras del museo. Parece que
se despide con un discurso sobre el pintor. El Hígado mira la imagen, luego a
Renán.
– Vete a dormir borracho –dice, calmado–.
Llevas bebiendo dos días seguidos. Te estaré vigilando, borracho.
Piensa que lo indicado es acatar la
sugerencia. Voltea y empieza a retirarse por el pasillo. A mitad de su tramo,
se detiene y vuelve a mirar hacia la sala, y ve al Hígado otra vez delante del
televisor. El Hígado vuelca la mirada hacia Renán.
– ¿Cómo es que sabes tanto de arte?
El Hígado mira fijamente el televisor.
Después observa el charco de ron y los vidrios rotos brillando tenuemente en el
piso. Y por último, otra vez el televisor y lo apunta con el control remoto.
Desactiva el modo silencio del
televisor. La sala se inunda de una voz dulce y calmada, misteriosa, y que se
va haciendo más portentosa.
– Ese fue el programa de ayer, borracho
–dice–. Ahora empieza el de esta noche.
Renán asiente callado, y vuelve a
dirigirse a la sala, aunque se desvía a la cocina. La resaca produjo una sed
atroz. Abre la nevera, y se empina de la jarra de agua. Mientras el agua helada
provoca cierto pronóstico de sosiego, Renán no puede alejar de su cabeza que es
una falta de respeto con la memoria del pintor, que la mujer del museo no haya conducido
su presentación con un trago de alcohol.
Cartagena de Indias.
Junio 2019
Cuento: Hernán Grey Zapateiro
Portada: Jackson Pollock “Número 1” (Niebla lavanda)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario