(El cuervo está delante
de los refrigeradores que separan la carnicería del resto del local. Del otro
lado, un hombre con delantal blanco, botas plásticas amarillas y un gorro de
mallas, atiende los pedidos de los clientes. Lleva un cuchillo
resplandeciente.)
Cuervo: ¿Tiene
estómago?
Hombre:
Claro, ¿cuánto desea?
Cuervo:
Medio quilo. Fresco, por favor.
Hombre:
¿Qué tan fresco?
Cuervo:
Como de 9 años. ¿Tiene?
Hombre:
Déjeme ver (Mira un cartel de carnes y de
precios pegado en la pared del fondo.) Si hay, ¿lo quiere? (El cuervo emite un graznido.) Listo, ya
viene (Presiona un botón que acciona un
mecanismo de engranajes en una habitación frigorífica que está detrás. El
cuerpo desnudo de una niña aparece enganchado de los omóplatos por garfios de
acero que penden de una cadena de corredera que se mueve de una puerta a otra,
atravesando la carnicería. Presiona de nuevo el botón y la cadena se detiene. El
hombre desengancha el cuerpo; lo acuesta
en una mesa de disección, palmoteándolo en la barriga.) ¿Está bien
así? Recién lo trajeron.
Cuervo:
(Levanta el pico.) ¡Es perfecto! (Ve el cuerpo terso, de muslos gruesos y
vientre plano; el cabello liso y castaño, recogido.) ¡Es la que quiero!
Hombre:
(Afilando el cuchillo.) ¿Solo
necesita esa parte?
Cuervo:
¿Qué más tiene?
Hombre:
Puedo darle el sistema digestivo a un buen precio (Afila el cuchillo en una placa de piedra.) ¿Qué dice?
Cuervo: ¿Qué
es eso?
Hombre:
(Señalando las zonas con el ápice del
cuchillo.) Estómago, intestino delgado y grueso, esófago. ¿Lo quiere?
Cuervo:
(Sacude las alas.) No lo sé.
Hombre:
Es de buena calidad (Convenciéndolo.)
Puede tocarlo si gusta.
Cuervo:
¿Puedo? (El hombre confirma.) ¡Qué
bien! (Se contornea sobre el
refrigerador, batiendo las alas despacio y adelantando las garras; se posa
sobre el tórax del cuerpo y empieza a asirlo suavemente, sin magullar la
carne.) ¡Qué delicia; me lo llevo!
Hombre:
Permítame (El cuervo se aparta, regresando
a su puesto.) Es carne fresca señor, puedo certificarlo (Empuña su cuchillo sin dudas; presiona la
punta contra el mentón y empieza a hacer un corte fino y muy pronunciado hasta
la ingle. El cuerpo se destapa en dos rebanadas gigantes, y para acentuarlo
realiza un nuevo corte, pero horizontal, como una cruz sobre el vientre.) ¡Qué
lindo!
Cuervo:
Eso veo… (De la boca del cuerpo surge un
chorro de sangre, acompañado de un quejido cascado.) ¿Está vivo? ¡No como
carne viva! ¡Carne viva no!
Hombre:
Espere, no se vaya… (Aprieta el cuello,
presionándolo hacia arriba como un tubo de crema dental; aparece una lengua
rosada y la corta.) La quiere… (El
cuervo niega.) A mí tampoco me agrada (La
arroja en el triturador.) Carne molida para perros.
Cuervo:
(Ríe) ¿El cuerpo viene de muy lejos?
Hombre:
De aquí cerca.
Cuervo:
Me gustan más viejos y podridos, pero daré una cena para inaugurar el
apartamento.
Hombre:
La crémaillère, monsieur… (Empieza a
cortar el cartílago de los tejidos. Suelta el cuchillo y, con un martillo y un
cincel, quiebra el esternón.) Una inauguración.
Cuervo:
Sí, es una fiesta entre amigos. Nada grande.
Hombre:
¿Formal o casual? (Destapa las costillas
con el mango del martillo, utilizándolo de palanca.) ¿Un banquete? (En una bandeja de aluminio lanza los
órganos que se venderán: un estómago macizo y sin ulceras) ¿A qué se debe?
Cuervo:
(Grazna muy fuerte.) ¡Celebramos el
día que aprendimos a hablar!
Hombre:
¡Qué distinción! Es un honor (Saca el
hígado y el páncreas. Los arrincona en la bandeja) Me imagino que no fue
tan difícil, ¿cierto?
Cuervo: Ah...
(Al cortar la vesícula biliar y
apartarla, el cuervo se crispa, volando por encima del refrigerador, se lanza, y
de un picotazo la traga.) ¡Delicioso!
Hombre: (Indignado.) Señor,
no se puede comer aquí (El cuervo vuelve
en sí, y desposeído se aleja, disculpándose.) ¿Fue muy duro?
Cuervo:
Un poco, ¿qué es eso?
Hombre:
El esófago… (Lo acomoda en la bandeja.) ¿Fue
difícil aprender a hablar?
Cuervo:
Cuestión de días…
Hombre:
Tardaron siglos…
Cuervo:
Sí, es cierto (Completamente calmado.)
Aunque no entiendo cómo se les hace tan difícil.
Hombre:
(Poco a poco empieza a sacar el intestino
delgado, enrollándolo en la muñeca.) Pero qué dice, sé hablar.
Cuervo:
Usted no; sus crías.
Hombre:
¿Se refiere a los bebés? (Levanta la
cabeza, deteniendo la labor. El cuervo asiente.) Si apenas pueden moverse.
Cuervo:
(Abre sus alas, girando la cabeza como un
símbolo de supremacía.) ¿Qué tiene que ver eso? (El hombre termina de sacar el intestino delgado.)
Hombre: ¿Se
lo corto?
Cuervo:
Sí (El cuervo retoma la conversación mientras
el hombre corta en trozos medianos el intestino y lo apila en la bandeja.) La
semana pasada arrojé a los míos del balcón del apartamento; de un vigésimo
piso. Ustedes no son capaces de hacerlo.
Hombre:
No es nada. ¿Qué pasó?
Cuervo:
El menor, con unas alas cortas y patas deformes, de garras pegadas como un
vulgar pato de lago, no logró despegar y se despedazó contra la calle.
Hombre:
¡Qué desastre! (Antes de ir por el
intestino grueso, levanta con el cuchillo el recto.)
Cuervo:
No fue gran cosa… (Señala con el pico y
el hombre le dice que parte del cuerpo es.) Su carne nos ayudó, una
vez muerto, ¿entiende?
Hombre:
En absoluto (Saca los demás órganos del
cuerpo, dejando solo el intestino grueso. Lo verifica preocupado, como si
vendiera algo defectuoso.)
Cuervo:
(Graznando muy rudo, casi riéndose.) ¡Nos
lo comimos!
Hombre:
¿Por partes? (Corta los pezones y la
aureola de las tetas apenas formadas del cuerpo de la niña, guardándolos en una
bolsa plástica traslúcida azulada debajo de la mesa de disección.) ¿Todo?
Cuervo:
Estábamos locos sobre él. Hasta se nos olvidó volver a la lección de vuelo (Se da cuenta de la bolsa, pero sigue como
si nada.) Somos una familia numerosa.
Hombre: Nosotros
para hacer algo semejante debemos esperar que crezcan un poco más. Que caminen
por lo menos.
Cuervo: Sí,
tienen mucha paciencia en la enseñanza.
Hombre:
(Anuda la bolsa, escondiéndola de la
vista del cuervo.) ¿Llegó a hablar?
Cuervo: A
penas un poco… Señalaba cosas…
Hombre:
Balbuceaba…
Cuervo:
Exacto, esa es la palabra. ¿Usted me entiende?
Hombre: Claro
que lo entiendo. Apenas caminan, se equivocan demasiado.
Cuervo:
Apenas llenan sus picos diminutos y carnudos...
Hombre:
Gateando. Son tan indefensos.
Cuervo:
Los animales se defienden de entrada; ustedes ni eso.
Hombre:
Pero cuando crecemos somos
despiadados y perversos.
Cuervo:
¿Si? Lo que dije…
Hombre:
A veces... (Observa la caja torácica vacía, las costillas hacia arriba como
lanzas. Se prepara para despegar el intestino grueso, afilando el cuchillo. Sin
embargo, aparecen unas contracciones y espasmos en el cuerpo, como reflejos
perdidos; el recto vibra y el ano expulsa un rastro de excrementos muy delgados
que caen en el piso.) ¡Nunca aprendió a ir al baño! Siempre deseaba que la
acompañara. Me aburrió.
Cuervo:
¿Quién?
Hombre:
Esta mañana la amenacé. “Si no vas sola, ayudas en la carnicería”, le dije.
Comprendo la frustración que puede generar un hijo; en verdad lo comprendo,
señor.
Cuervo:
¿De qué habla?
Hombre:
(Se inclina para limpiar el piso con
varias servilletas.) Es que... (Se calla. Arranca el intestino grueso, y
con la hoja sin filo del cuchillo lo exprime, expulsando el resto de desechos.)
Mi hija nunca aprendió a ir al baño (Con
furia.) ¡Nunca!
Cuervo:
¿Murió?
Hombre:
Mire (Levanta
la cabeza aterida, agarrándola por el cabello. La cuelga a la altura de su
mejilla.) ¿No se me parece?
Cuervo:
¡Vaya, qué sorpresa!
Hombre: No
lo es. Salvo por la nariz lo demás se parece a mí.
Cuervo: ¿Vende
la carne de sus hijos?
Hombre: ¡Y
a buen precio señor!
Cuervo: ¿Es
caníbal?
Hombre: No.
El negocio ha venido en quiebra. La carne es muy difícil de conseguir ahora que
los animales hablan.
Cuervo:
Por eso los asesina.
Hombre:
Ni pensarlo. ¡No soy un asesino! (Empaca en una bolsa de la carnicería los
órganos encargados por el cuervo.) Y, ¿eso qué? (Se la ofrece.) ¿Usted
les explicó a los suyos por qué se tragaron la carne de su hermano?
Cuervo:
(Paga.) No. Nosotros somos carroñeros; es redundante decirlo.
Hombre:
El mundo ya no es lo que era. O aprendes o mueres (Carga el cuerpo encima de
su hombro y lo engancha a los garfios. Se vuelve, sacudiéndose las manos.) Además
es un negocio familiar muy respetable. Todos colaboramos (Limpia de nuevo el piso.) Por eso limpiamos la mercancía antes de
venderla.
Cuervo:
La limpieza ante todo, ¿no? (Señala la bolsa traslúcida azulada que había
guardado.) Ah, por eso aparta las partes que nadie le pedirá.
Hombre:
¿Esto? (Se ríe a todo dar.) Las encargan por montón… (Alza la bolsa.
A contra luz se observan labios, orejas arrugadas, ojos, pezones, glandes
pequeños y grandes, y un dedo con sortija.) Cómo se le ocurre… (Saca el
dedo con la sortija.) Son apetecibles (La mira con nostalgia.) Pero
son recuerdos; nada más que recuerdos familiares.
Cuervo:
¿De qué le servirán si no se los comerá?
Hombre:
A veces pienso en ellos, ¿sabe? (Tartamudea y señala el cuerpo de su hija.) Tal
vez haga un altar o los ubique sobre un muñeco para sentirlos más cerca de mí.
Cuervo:
¿Cree en esas fruslerías? (Se muestra contrariado.) Déjese de eso; me los llevo.
Hombre: No
puedo; son invaluables.
Cuervo: Vamos
hombre, no bromee (Le ofrece un tajo de billetes.) ¿Así está bien?
Hombre: Olvidar
qué es lo que vendo, es lo más duro de este negocio (Toma el dinero, dándole
la bolsa.) Si, ya puede
llevárselos, aunque los quiero conmigo (Triste,
cambia de parecer.) Mejor devuélvamelos.
Cuervo:
¿Para qué? ¿Idolatría? ¡Ni pensarlo! (Con
los ojos brillantes, perdido en sus orbitas. Deshumanizado.) En la fiesta
serán unos estremeces muy apetecidos.
Texto: Hernán Grey Zapateiro
Fotografía: Gottfried
Helnwein
Agradecido por la oportunidad de aparecer en este blog Fanzines desde la Interzona. Sobre todo por compartir el cuento dialogado.
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