Por Raymundo
Gomezcásseres*
Una
de las más tristes experiencias de vida es la que embarga a un lector cuando se
acerca al final de un buen libro. Ve las pocas páginas que faltan y lo invade
la misma angustia que podría sentir después de recorrer un largo camino
consciente de acercarse al borde de un precipicio a sabiendas de no poder
detenerse. Lo peor de todo es que inevitablemente debe saltar al vacío; es
decir, cerrar el volumen una vez llegado al punto final, y preguntarse con tono
lastimero, ¿y ahora qué voy a leer? Como si ninguno de los que reposan en la
nutrida biblioteca pudiera reemplazar dignamente aquel cuya lectura concluye.
En lo personal me ha ocurrido con docenas de obras. Recuerdo algunas de las más
preciadas de mi adolescencia y juventud. Incluso ahora, metido hasta la cintura
en los laberintos de la llamada tercera
edad, me sucede que cuando voy a una librería y miro las atractivas
ediciones que se hacen de aquellos amigos de antaño, abrigo la intención de
releerlos (y hasta lo he intentado; con Dostoievski, por ejemplo), pero mi
sensibilidad es otra y reclama nuevos alimentos. Entre los de tiempos recientes
(escasos meses), debo mencionar el volumen Cuentos
completos de Flannery O’Connor, las novelas de Edward Bunker No hay bestia tan feroz, y Perro come perro; así mismo la excelente
‘nouvelle’ de Erri De Luca, El crimen del soldado. Un poco más
distante, El guardián entre el centeno, de
Salinger. Es una de mis novelas favoritas: la he leído tres veces. Relecturas
que comparte con pocas: Crimen y castigo,
Cien años de soledad, El Quijote, entre otras. Pero además de
con el literario, me ha acontecido lo mismo con otros discursos. Por ejemplo,
biografías. Entre ellas todas las escritas por Rüdiger Safranski, en especial
las de Heidegger y Schiller; o la de Hitler por Ian Kershaw. Son sencillamente
grandiosas. Puedo decir lo mismo de asuntos tratados en forma de ensayo,
particularmente de M. Heidegger y C. G. Jung; de textos históricos: Ideas, de Peter Watson, La casa de la guerra, de James Carroll.
Esta abreviatura se originó en la finalización de Bienaventurada vejez, de Robert Redeker, la cual enceguece por
exceso de luz, y La poesía del
pensamiento, de George Steiner, que es sencillamente monumental. Se trata
de uno de los mayores estudios jamás escritos sobre la relación entre
filosofía, poética, y ciencia. Mi llegada a sus puntos finales fueron dos
saltos suicidas al vacío.
*Escritor. Autor de la trilogía novelística titulada Todos los demonios, conformada por Días así (dos ediciones), Metástasis (dos ediciones), y Proyecto burbuja (inédita).
Portada:
Ekaterina Panikanova
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