¿En qué piensa Gabriel
Ortega? Tiene que ser muy importante lo que piensa ese artesano para hacerme
despertar de mi sueño de varios años en los que no escribía sobre arte y
dirigirle unas palabras cálidas o frías según la región en la que se encuentre
(¿Sabía él que aquí en Yellow Hell City solo tenemos una estación que va de
caliente a “¡qué calor tan hijueputa!”?). ¿Podrá él responder las preguntas que
tengo para hacerle como un niño de 3(6) años, que solo quiere saber qué es eso
que existe en el peligroso mundo, todo eso de lo que no sé su nombre, pero que me
maravilla y me genera curiosidad? Yo quiero que él con la limpieza de sus
obras, me responda y me cuente sobre las aventuras en las galerías y los museos
donde ha tenido la oportunidad de mostrar sus bonitas artesanías.
¿Alguno puede creer que
este texto se está escribiéndo desde el día jueves 31 de agosto en que estuve
en la inauguración de la exposición En la
Fábula del Renacimiento en el Museo de Arte Moderno de Yellow Hell City? ¿Sabrán
que fui a continuar con una tradición que practico desde mi época de estudiante
en la Universidad de Amarilla y que es la más noble muestra de mi humildad y mi
mediocre manera de no salir del hueco del autosabotaje? ¿Es legal ir como
cazador de cócteles buscando como un perro callejero unas cuantas copas y el
encuentro momentáneo de una pieza de arte que me haga decir “oh, qué belleza,
me recuerda cuando en otra idiota encarnación, en el siglo pasado, visitaba con
un bastón y una navaja los museos más prestigiosos y hacía rajas en los lienzos
o escupía las esculturas por envidia porque el universo no me había concedido
la corona de ser un gran artista”? ¿Es legal ir detrás del mesero para que me
llene la copa porque quiero precipitarme a la embriaguez y despertar una
emoción en mi ser cansado del mismo performance de los artistas o artesanos
acomodados?
¿Qué putas piensa Gabriel
Ortega del Renacimiento? ¿Por qué los museos se abren para la comodidad de los
artesanos que con lugares comunes suman a su trayectoria exposiciones en el abismo?
El historiador Peter Burke en su obra El Renacimiento, deconstruye este período
y nos muestra que las concepciones que se tienen sobre este son posturas
convenientes e idealizadas por algunos pensadores. Esa luz que nos quieren
vender del Renacimiento no solo pertenece a Italia y a Europa, sino que en
otros rincones del planeta se estaban dando momentos dramáticos y admirables de
la humanidad. En las escuelas todavía se enseña que el Renacimiento italiano es
el edén intelectual y artístico al que deberíamos regresar para escapar de
nuestras grotescas y mediocres existencias (con una máquina del tiempo me
largaría a pasear por los últimos cincuenta años del siglo XIX y los primeros
cincuenta años del XX). Revisar el arte de ese momento y pensar que es la
cereza del pastel, es tan aburrido y facilista que me lleva a pensar en una
ausencia de referentes modernos y contemporáneos con los que podría jugar, experimentar
o crear posibilidades (y dudo que al señor Gabito Ortega le falte contacto con
la empalagosa perorata de artesanos, artistas, críticos, marchantes, coleccionistas,
admiradores y granujas posmodernos). Las obras creadas por Ortega para la
exposición caen en ese tópico de concebir al Renacimiento italiano como el
sanctasantctórum del renacer intelectual y artístico de la humanidad, ignorando
que aproximadamente en esa misma época la Dinastía Ming en China y el período
Muromachi en Japón, daban cuenta de un esplendor en Oriente (si Ortega no
coloca a Tintín y al Capitán Haddock en los escenarios creados por Shen Zhou,
Tang Yi, Shūbun o Sesshū; entonces lo que podemos intuir es que hace una
invisibilización-imbecilización de las manifestaciones artísticas fuera del
circuito europeo, creando una posverdad, una profunda desinformación porque los
elementos que utiliza se convierten en el máximo referente para el espectador
que en muchos sentidos sigue creyendo la vieja mentira del Rena-Sí-Miento). Ortega
debió bautizar su exposición En la Fábula
del Renacimiento italiano.
¿Qué putas piensa Gabriel
Ortega de mi ciudad? La muestra de arte En
la Fábula del Renacimiento es una agresión a Yellow Hell City (a los que no
están iniciados en las magias del poeta que bautiza porque puede y quiere,
Yellow Hell City es Cartagena de Indias; Kalamary es la Ciudad Amarilla; La
Heroica es el Infierno Amarillo. Cartagena es Amarilla). La naturaleza de esta
ciudad desde sus inicios está marcada por la barbarie y por el delirio europeo
de la clase privilegiada que cree que es de cuna de monárquica. Hacer
exposiciones sobre intervenciones a temas y estilos de otros tiempos y otras
latitudes en una ciudad que pide a gritos reflexiones críticas sobre su
historia y su situación compleja actual, es mostrar una profunda indiferencia,
un importaculismo total (a veces a mí también me importa un culo esta ciudad).
Me gustaría encontrar una justificación para las composiciones de esa exposición;
yo que soy el apólogo del absurdo no tengo manera de defender ni una sola de
las piezas, más allá de una simple curiosidad nostálgica por el uso de los
personajes de Tintín, de las que rescataría algunas de las “figuras de acción”
que me parecieron bonitas para decorar mi biblioteca (señoras y señores, el
arte con toda su multidimensionalidad y grandeza, no debe ser solo una
curiosidad o pieza bonita para ostentar en una sala o en una foto en Instagram.
El que piense lo contrario lo reto a un duelo con cuchillos de palo sobre Las Bóvedas
al atardecer).
¿Qué putas piensa Gabriel
Ortega de las influencias? Hay un tufo a elite, a poco riesgo, a tomar lo que
otro hizo y pretender que por el ejercicio lautreamontiano del plagio, justificado
hace aproximadamente ciento cincuenta años, se puede descaradamente hacer una
exposición con un montón de piezas que no cuentan nada (y el arte no debe
contar nada), que no estremecen (el arte no está obligado a estremecer) y que
no vibran con la marea de la transgresión (y transgresora puede ser hasta una
piedra en un charco dependiendo el ojo visionario que la contemple). Una cosa
es referenciar, dejar ver la influencia y el juego intertextual para crear
puentes o nuevas perspectivas de un fenómeno de la realidad, y otra, acomodarse
en elementos icónicos para hacer refritos o calentaos
que causan indigestión a la contemplación.
Cuando no se propone algo interesante con eso que se toma “prestado”, el
resultado es el desencanto, la frustración por una vez más ver colgadas en la
pared obras que ninguna prestidigitación discursiva debería rescatar. Tomar
obras como La Nascita di Venere de Botticelli
y meterle a Tíntin no es gracioso, ni novedoso (hay tantos personajes de la
historia del cómic que podrían generar un contrapunteo interesante, un juego
crítico más allá del dominio de una técnica). Tintín y Milú son igualmente un
producto europeo creado por Hergé, uno de los ilustradores más importantes en
la historia del cómic (otro idealista del papel redentor del colonialismo y del
que hay una controversia por manifestaciones racistas en algunos de los álbumes
de su personaje estrella y en los que no me voy a detener ahora porque ese es
otro cuento en relación al cómic y su innegable poder político). Cada uno puede
utilizar los elementos que le dé la gana en su obra. Siempre he abogado por la
libertad de los sentires y las búsquedas estéticas, pero cuando se tiene una
posición y un reconocimiento se debe ser algo más que un decorador de paredes
con una técnica impecable (hay cierto acabado en los cuadros de la exposición
que me incomoda, un no sé qué relacionado con el ornamento que pretende
enamorar al ojo para que el cerebro no caiga en cuenta de que ahí hay poco o
nada, a pesar de los aires magnificentes de la iconografía renacentista y pop).
¿Qué mierda piensa Gabriel Ortega? Yellow Hell
City está abierta al se vale todo, pero no por eso se puede ir por ahí metiendo
los dedos en la boca a cualquiera. El nativo es carbonero, impredecible,
saboteador, traidor, mentiroso, ambiguo, deshonesto, chismoso, calumniador y
grandilocuente (¿estoy hablando de mí?); dirá que sí, aunque piense que no;
dará la mano, aunque quiera soltar un escupitajo (definitivamente estoy
hablando de mí); si quiere tirar basura o subirse en su automóvil por el
sendero peatonal, ninguno se lo puede impedir, aunque tenga mil comparendos e
insultos. El nativo dejará pasar todo porque importándole su ciudad, la
arrojará a la desidia, en una inacción quejona que empieza con los
intelectuales acomodados en las universidades (guiño para varios académicos ja,
ja, ja) y termina en el pregón místico y mañanero del vendedor de plátano, con
una sabiduría del tiki taka taka tiki, que sonrojaría a un maestro renacentista
italiano por su descarada lucidez. Señor Gabriel ¿entiende qué es lo que
intento decirle? Usted puede exponer y hacer todo lo que quiera aquí en
Amarilla, pero eso no agrega ni quita, será un cuento más de la indiferencia,
de nuestra incapacidad de levantamientos que impidan el uso de los eufemismos y
las jugarretas culturales que ocultan el bumerang histórico que golpea y
regresa una y otra vez. Hasta este texto es una bobada que llevo meses
postergando porque me parece tan innecesario como la posible moraleja que deja
su fábula renacentista ¿Quién putas quiere moralejas por estos días?
…
¿En qué carajos piensa
Gabriel Ortega? No sé en qué piensa y no me importa. Los invito a mirar su
exposición antes que la retiren para que la amen o la odien, para que se
entretengan un rato y sientan la vibra del edificio del Museo de Arte Moderno
que es un tesoro que no podemos dejar que se derrumbe, un lugar que tiene una
magia que todos merecen experimentar. Visiten el rollo con sus propias fábulas y
saquen sus conclusiones. Esta fanfarronada se destruirá en los próximos segundos
en algún rincón amarillo de Yellow Hell City.
Texto: El Señor Underground
elegante
ResponderBorrar