Por Raymundo Gomezcásseres*
La
lectura del libro El circo del silencio
escrito por Jair Buelvas Caro… Perdón, por QöXaHöMN,
detonó en mi sensibilidad lectora algunas reacciones que paso a mostrar en
forma de comentarios. Pero antes quisiera aludir a la historia de este libro que,
estoy seguro, pocos conocen.
El circo del silencio es
producto de quince o más años de trabajo, y cuando hablo de trabajo me refiero a
‘eso’ que es la suma de días, meses,
semanas reventándose de trasnochos, contenciones para comer en el horario en
que lo hace la mayoría de los seres llamados humanos; de madrazos por tener que
abandonar un buen momento por atender malos: laborales, familiares, entre otros,
por citar sólo dos circunstancias de esas que hacen parte de la bien llamada prosa del mundo. ¿Qué por qué sé eso?
Muy sencillo: uno de los trabajos del libro fue “tallereado” (valga el
neologismo) en Coloquio, el
trágicamente desaparecido Taller de
escritura creativa del Programa de Lingüística y Literatura de
UNICARTAGENA, que funcionó entre 2006 y 2014. Jair estuvo ´ahí’ desde mediados del 2011 hasta el final de Coloquio. Otro dato sobre la larga historia del libro es que por lo
menos tres de los textos que lo conforman hicieron parte del trabajo de grado
con que Jair obtuvo su flamante título de Profesional en Lingüística y
Literatura. ¿Qué cómo sé eso? Porque yo fui su asesor. Asesoría que fue un
rompedero de cabeza para el susodicho optante y para su a veces exasperado tutor.
¡Y vaya si hubo razones para la cabeza rota del graduando y para los desesperos
de su volante de marca! Por si fuera poco, a lo dicho hay que agregar que
varios de los trabajos incluidos en ese circo nada silencioso que es El circo del silencio, fueron
apareciendo en los fanzines Interzonax,
Los dinosaurios no mienten, Velociraptor, Sabotaje, y Fanzines Amarillos, entre 2019 y 2024, firmados por el Señor Undergraound, Rameus, Mr. No, QöXaHöMN, alter egos del mencionado
Buelvas Caro. De modo que cierro este desvío hacia la historia de El circo del silencio diciendo que se
necesita gastar mucho trasero (sé que Jair usaría una palabra menos elegante),
sentado delante de un jodido computador durante quince o más años para escribir
ciento setenta páginas (que es el neto del libro) en un formato en octavo por
razones de conveniencia editorial.
Paso
de ‘la historia’ a un primer comentario de tipo general. Siempre he creído que
todo texto que aspire a ser literario debe sobrepasar la elemental y básica
exigencia de estar bien escrito; es decir, gramaticalmente instalado, semántica
y estructuralmente definido, y con la mínima composición que reclama toda buena
escritura; incluso, la no literaria. Pero como quedó dicho, eso no garantiza su
‘textura’ estética literaria. Según mi opinión ella solo se alcanza con algo
que a falta de una mejor palabra llamo sabrosura.
¡Sí!, ‘sabrosura’, a la mejor manera
de la dulcería, de la gastronomía, y del amor. Si el cuento, el poema, la
novela, además de bien apostados en cuanto a su redacción, no son sabrosos, entonces
no son literatura, no tienen ni la estética ni lo artístico de lo literario en
el sentido fuerte de la palabra. Por más bien
escritos que estén, por más impecables
y elaborados que sean, siempre serán
fríos, tan fríos como fuego congelado, y en últimas se volverán cargantes para
los lectores febriles. Si en los primeros párrafos o páginas, un cuento o una
novela, no propinan a sus lectores un par de cachetadas, le arrojan un
salivazo, le asestan una patada debajo la vejiga, o donde la espalda pierde su
digno nombre… Ese cuento o novela carecen de sabrosura y en lugar de seguir
leyéndolos es mejor abrir una bolsa de papas o de plátano verde fritos y
sentarse a mirar El Chavo del ocho o
cualquier reality; menos Yo me llamo.
Buena
‘escritura’ y ‘sabrosura’. Odio las cacofonías, en especial las terminadas en ‘ura’, pero a veces son necesarias y
este es uno de esos casos. Y es que los cuentos que conforman El circo del silencio, escritos QöXaHöMN
(con el perdón de Mr. Buelvas Caro), tienen ambas ‘uras’. No sólo eso, sino que como todo lo literario en su sentido
fortísimo, además de poseerlas le apuestan a un concepto; es decir, dicen algo,
que es lo que hace toda habla artística, sea pintada, musical, literaria:
poesía o narrativa. Esos cuentos son tan buenos y sabrosos, que no producen
sueño, ni hambre, ni bostezos, y los conceptos que dicen son tan agresivos y
virulentos que lo mínimo que siente el lector se puede resumir con estas palabras:
¡estamos jodidos, metidos hasta el cuello en un barril de arequipe, y lo peor
es que a muchos les gusta comerlo! Lo dicho se plasma agresivamente en el relato
titulado Fábula de una cosa verde que
quisiera ser amarilla. Toda la ‘fábula’ es una seguidilla de alegorías
formando un aluvión incontenible, toda una hemorragia de imprecaciones
reductivas, indirectas y veladas, pero visibles para el lector más despalomado,
contra Yellow Hell City, dicho sea de
paso, telón de fondo de varios cuentos, en realidad la Cartagena que vivimos,
en que vivimos… Una de las ciudades más hermosas y amables del mundo dentro del
ranking del turismo internacional. La ‘fábula’ escrita por QöXäHöMN invierte
por completo el imaginario y el “capital simbólico” construido para glorificar
a ‘la heroica’, al ‘corralito de piedra’, mostrándola, como en el cuento de
Hans Christian Andersen, El traje nuevo
del emperador, en todo el esplendor de su mierdosa historia de falsa
gloria, con los impostados personajes y prohombres que la construyeron y cuyos
herederos la habitan (en realidad son sus dueños), radiografiados en toda la
majestad de las corruptelas y componendas con las cueles se la reparten como
pizza para construir un centro comercial aquí, un balneario VIP allá; una urbanización
para traquetos acullá, a través de negocios realizados ‘por la gente color pulpa de guanábana’ (…) ‘con el Fucklar, una moneda
que era cincuenta veces más apetecida que el Pedo, la moneda de la nación’.
Ni siquiera se salva el fraude de su “vigorosa” vida cultural en ocasiones
dinamizada por talleres y cenáculos literarios, artísticos, que son los
mini-carteles del micro-tráfico del arte y la literatura, con sus sacerdotes y
monaguillos. Pero el cuento también reivindica; no a los que piden ser
reivindicados pues si lo hicieran no merecerían serlo, sino a los que no serían
reivindicados aunque lo pidieran, y por eso se limitan a gritar; ¿dije gritar?
No; a eructar contra la “aristocracia” de Yellow
Hell City, perlas como esta: ‘que
eran menos que mierda de marrano motorizado, ‘caras de mondá con todo y ropa’.
Sí, ahí están los sin nombre: la gente
color Coca-Cola, los picoteros y bailadores del ritmo arrabalero ‘chancleta’, los brujos marialabajeros, los
chanchulleros de barriada que no comparten sus secretos con los ‘hipopótamos’ monopolistas porque ‘ahí donde los ves, saben cómo venderte un
mojón de mierda y hacer que te sientas contento de comprarlo. Todo eso y
mucho más, dicho por Mileto Caro, narrador
testigo de la ‘fábula’, con su
palabra bien hablada, bien escrita, sabrosa, y con una elevada apuesta a un
sentido del decir, más expresivo que la adocenada historia que ha hecho de Yellow Hell City la letrina perfumada
que es, incluyendo sus fósiles monumentos históricos y su “elitista” mostrenca arquitectura
‘caripe’ Cuesta trabajo aguantar las
ganas de seguir mostrando las tripas y costuras de este texto pero debo
detenerme porque hay otros que merecen atención.
A
partir de ahora, y en honor a la brevedad me referiré a unos pocos más haciendo
enfoques más puntuales que analíticos y descriptivos, pero antes de eso es
imperativo mencionar un rasgo común a todos los relatos incluido el que acabé
de considerar. Es este: todas la narraciones transcurren a una velocidad de mil
kilómetros por hora y prácticamente gritadas; El circo del silencio es en
realidad muy ruidoso. Funciona como un carrusel que no tiene caballitos sino
paneles con espejos más refractantes que reflejantes que dan cuenta, a la
velocidad del tren bala de su verbosidad, de la alucinante y alucinatoria
fantasmagoría de contextos, personas, situaciones, objetos, espacios urbanos
reconocibles; personajes del comic, el cine, la filosofía, la cultura, la
música, la historia, la demonología, el esoterismo, el exoterismo, el exotismo
y la ordinariez en las calles y reductos de Yellow Hell City; de las aposturas
e imposturas de sus habitantes, de la seriedad, la burla, los valores y
anti-valores, como un enorme pantagruélico Necronomicón de la vida que fagocita
todo lo que cae en el hoyo negro de su superficie refractante giratoria de tiovivo
de palabras. Es dentro de ese contexto que Recordando
a mamá da cuenta de la arremolinada degradación física y mental de la madre
del narrador de la historia, que en su prolongada descripción del proceso de
decadencia psicótica de su progenitora, muestra como en él, y durante él
intervinieron como insumos bacterianos del cuerpo y la mente, todo lo que
supuestamente dignifica al ser humano: la literatura, la música, la poesía,
llegando al colmo de escribirle cartas a todos los petas leídos durante su
vida, ya más muertos que un pergamino egipcio, y que su abnegado hijo respondía
amoroso para impedir su hundimiento en las oscuridades definitivas de la
esquizofrenia. Inútil: Mamá se ha vuelto
loca, quedando atrapada ella también en las celdas que construyó para encerrar a
‘los puntos seguidos’ de la novela ´’El extranjero, ‘los signos de exclamación’
de ‘El Principito’, ‘los signos de interrogación’ de ‘Así hablaba Zaratustra’, ‘los
puntos y comas’ en el ‘Libro del desasosiego’, 'las comas’ en ‘Poeta en Nueva
York’, ‘las tildes’ en ‘Bajo el volcán’, ‘y
una celda vacía esperando que la policía patafísica atrape a las letras
mayúsculas en el poemario ‘Una temporada en el infierno’. El guardián de
todas las celdas es ‘el iconoclasta
Ludwig Wittgenstein’. Casi al final el hijo de la mamá loca dice a manera
de colofón: Por aquellos días con alcohol
y nicotina cultivé una especie de cinismo inocente que maldecía a todos los
poetas que me habían hecho creer que la vida era un acto de amor y bondad’.
Por
su parte el cuento Legión es una alta
y arriesgada apuesta; más que eso, una ruleta rusa a la mostración del tan
cacareado sino fáustico del creador
artístico tan venido a menos en estos tiempos de bufonadas existenciales. Yo siempre
me he preguntado ¿por qué hay tantas personas que quieren ser escritores,
pintores, poetas, y hasta compositores de ópera, pero a ninguno, o a muy pocos
les da por pensarse médicos, ingenieros, abogados? Como si se fuera artista por
andar por ahí con ojos de ternero degollado epiléptico de inspiración. ¡Y hasta
cometen libros: novelas, poemarios, cuentarios! Pues bien con sólo dos
personajes: una Salamandra y un Demonio interactuando en un diálogo más
dramático y teatral que narrativo, estos integrantes del bestiario que puebla El circo del silencio se sueltan a
hablar vociferando, sobre lo incondicionado e irremisible de la constitución
artística que, en este caso es atributo de un demonio que la soporta y asume
como una carga de desgarros que nada tienen que ver con ‘la frivolidad de los salones y cafés’, pero sí con encerrarse ‘dedicándose a escribir versos enigmáticos
jamás leídos en la historia de las letras’. El demonio-artista enfrenta su
mayor tragedia: ser lo que es luchando contra lo que no quiere ser pero
siéndolo sin serlo: humano ex-cèntrico (fuera de todo centro) porque siendo
demonio aspira a la humanidad sin dejar de ser el demonio que es como humano
artista. Por eso lo dice con un tono apenas comparable con las lamentaciones
del Jeremías bíblico: Todos estaban
molestos: en las profundidades por mi debilidad, en el cielo por mi osadía y en
la tierra por el poder de mis actos. Era un prófugo atrapado en la cárcel del
universo sin más amparo que un cuerpo y mi esencia demoníaca’. El desenlace
de Legión no puede ser más desolador:
un exorcismo desintegra la trinitaria unidad siamesa y teriomorfa del ente
conformado por lo demoníaco, lo humano y lo artístico extirpando la donación que
era su alma. ‘Expulsado, exorcizado, -exclama
el demonio- nunca se cumplirá mi sueño.
Lejos del Disfraz Antropomórfico, solo me resta regresar a la impiedad de los
infiernos’. Sería irrespetuoso avanzar en el esclarecimiento del enigma (ni
siquiera trama) de Legión; los
académicos dicen “asunto”. Ese trabajo le corresponde a los lectores: que se
partan la jeta, incluidos los dientes, golpeándose contra él.
Un
registro experimental, buscado o simplemente encontrado al azar por QöHäXöMN es
la apostura retadora de un decir que aparece más para ser visto y escuchado que
para ser leído. No suena raro; es raro. Si sólo se lee el alboroto vertiginoso
de una escritura que es avalancha, vendaval, tsunami, terremoto, crecida de
palabras “unidas por el automatismo y la
deriva (…), por la fragmentación, la banalización” de todo: espacios,
personas, cultura, Etc.… Insisto: si
sólo se lee eso como grafía, el lector se acerca a un sentido válido, pero
anacrónico por literal. Si en lugar de eso los relatos (en el sentido fuerte de la palabra relato) son ‘vistos’ y ‘escuchados’ la percepción será más visual y
auditiva que grafiada y el enredo encantado del lector con ellos más directo, y
sobre todo despojado de la simpleza de tratar de “entender” algo hecho para
confundir. Si bien, y como quedó dicho, lo anterior aplica para todos los
textos, es perceptibles de manera muy especial y marcada en Colibrí-Robot, Samurái-Oficinista, y en Oscilantes camisas de fuerza secándose en
las cuerdas del sueño, por mencionar dos casos extremos. Debo reconocer mi
ignorancia de ignaro en todo lo relacionado con la literatura que se pueda
estar haciendo en Colombia pero si de sus canteras no está saliendo algo que
equivalga, se aproxime, o se parezca a lo que hace Jair, no tengo lenguas en el
pelo para cometer el atrevimiento de decir que estamos ante algo novedoso. Por
ello cualquier acercamiento a la literatura colombiana de hoy, y
específicamente a la cartagenera actual debe incluir a Jair Buelvas Caro y a su
Circo del silencio. No hacerlo sería
ofrecer una visión incompleta e injusta de su cartografía.
He
dejado para el final el ‘cuento’ (¿de veras son ‘cuentos’ esas cosas?) que da título al libro: El circo del silencio. En el
claustrofóbico encierro de un calabozo, un payaso y un mimo se enzarzan en una
disputa creciente hasta el paroxismo para ver cuál de los dos se alza con el
trofeo del Grand Slam del odio, la
violencia, la manipulación y la agresividad a que puedan llegar dos seres
humanos. De hecho, Payaso y Mimo son, en la vida real, dos de los
roles sociales menos estimados en la escala de esa neurosis del éxito que
distingue a la mayoría de las personas “normales”. Pero además de los
componentes destructivos de la disputa, ellos encarnen dos visiones de mundo
opuestas hasta la exclusión aniquiladora… Y así acaba el cuento, pero no voy a
decir cómo para que sus eventuales lectores se vean constreñidos a leerlo. Bastará decir (como dice Sábato que dijo
Juan Pablo Castel), que El circo del
silencio es formalmente el trabajo más llano, económico, transparente y
ligero, pero paradójicamente, el más crispante y perturbador de todo el libro. En
lo personal es uno de los mejores cuentos que he leído en toda mi vida.
Voy
a colocar el punto final con algo a modo de conclusión. El circo del silencio (el libro) es el resultado de tres grandes
pasiones asumidas y llevadas al límite: la pasión de leer, la pasión de
escribir, y la pasión de vivir. Las tres desembocan en el espacio, firme o
infirme según sea el caso, de la experiencia vital. Se necesita estar medio loco
(¿o loco y medio?) para enfocar todo: trabajos e ingresos, tiempos libres (si
los hay), vida familiar y social, en procura de senderos y tiempos que permitan
disponer de las condiciones mínimas para hacer esas tres cosas intensamente. No
todo el mundo se le mide a eso porque no todo el mundo está hecho para eso, y
quienes lo están saben que la apuesta es todo o nada, y todo y nada son una y la
misma cosa: la existencia.
CODA:
en el volumen hay un dosier ¡de veinticinco páginas!, con diseño especial, con
poemas en letra de máquina de escribir portátil marca Brother; esos fósiles de mediados del siglo veinte, titulado: Cerveza Roja: el cancionero conceptual de
Xonok el asesino. Buena, muy buena poesía que merece atención especial,
pero será en otro momento y en otro lugar… Viejo Xonok.
*Raymundo Gomezcásseres:
Fue
profesor del Programa de Lingüística y Literatura de la Universidad de
Cartagena durante veinte años. Autor de las novelas Días así, Metástasis y
Proyecto burbuja (inédita). El resto de su obra se encuentra inédita, y está
formada por otra novela, varios libros de cuento y de ensayo, un poemario, y
otros escritos.
Las ilustraciones fueron hechas por el artista
cartagenero Richard Pérez y hacen
parte del libro El circo del silencio
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