Por Raymundo Gomezcásseres *
…
la vida me va quedando chiquita como los
trajes cuando tenía doce años y cada semana crecía un par de centímetros. -Julio
Cortázar-
(De
una carta a Jean Andreu, 23 de febrero de 1972)
I
EL
EXAMEN
Los
aniversarios de nacimiento de los grandes hombres se celebran con alegría, los
de su muerte se lamentan con tristeza. Cortázar murió de leucemia y padeció
acromegalia. Esta consiste en que quien la sufre no deja de crecer. Extraña
complicación para alguien que nunca tuvo entre sus propósitos, por un lado, ser
uno de los hombres más altos del mundo, y por el otro uno de los escritores más
admirados entre los de su generación. Lo primero no dependió en lo más mínimo
de su voluntad. Lo segundo fue producto de su dedicación febril a la escritura.
Y desde el comienzo como correspondía a un grande, con la conciencia de la
envergadura del propósito. Lo dice en una entrevista a Bárbara Dohman en 1976: ‘… dudaba mucho en llegar a publicar un
libro. Me observaba a mí mismo, estudiando mi propio desarrollo sin querer
jamás forzar las cosas. Sabía que llegaría un momento en que lo que yo
escribiera valdría un poco más de lo que escribían otros de mi edad en
Argentina. Pero a causa de mi elevado concepto de la literatura consideraba
estúpida la costumbre de publicar cualquier cosa, como se hacía en Argentina en
aquellos tiempos en que un chico de veinte años autor de un puñado de sonetos,
corría de un lado para otro tratando de que alguien se los aceptara para la
imprenta. Y si no conseguía encontrar quien se los publicara, pagaba él mismo
los gastos de edición… Y así me reservaba’. Desde su adolescencia Cortázar solo quiere hacer bien las cosas; ‘sin forzarlas’. ‘Las cosas’ en este caso es singular, y una sola: escribir. Escribir es buscar y
encontrar en, y con la palabra lo que no se puede con otros medios. La búsqueda
del Cortázar escritor, explorador del lenguaje, reaparecerá como búsquedas
existenciales, estéticas, emocionales, y afectivas, en los personajes de sus
cuentos y novelas.
II
PERSEGUIDORES
La
búsqueda como sustrato de la condición humana irrumpe como motivo ‘cortazariano’
desde sus relatos tempranos. En Lejana
(Bestiario, su primer libro de cuentos) la protagonista, Alina Reyes de Aráoz,
una mujer distinguida, joven y hermosa en proceso de divorcio, rechazada,
sofocada por el ambiente de los amigos y la familia, se aleja en busca de
aquello cuya falta le impide vivir en armonía. El deslumbramiento ocurre de
manera imprevista durante un viaje (parte del itinerario de su huida), a
Budapest mientras transita por uno de los puentes que tiene la ciudad, sobre un
Danubio congelado. La trama de la transformación, sutil, casi invisible, de la
cual Cortázar es uno de los maestros mayores, resuelve la búsqueda de Alina en
los últimos renglones del relato: ‘en el
centro del puente desolado la harapienta mujer de pelo negro y lacio esperaba…’
Alina queda en Budapest metamorfoseada, más que eso, sustituida como
otredad en la habitante de calle con la que se ha encontrado y fundido en un
abrazo empático, mientras ‘la otra’, como
piel de serpiente mudada, abandonada, la que ha dejado de ser para siempre a
partir de ese momento, retorna al infierno de su anodina y gris existencia en
el centro de cuyo vórtice la aguarda el temido y doloroso divorcio.
Un
poco después de haber publicado su nouvelle
El perseguidor, Cortázar diría a Luis Harss: ‘No había observado con demasiado detalle a la gente hasta que escribí
El perseguidor’. El protagonista de la historia, un saxofonista adicto y
descompuesto llamado Johnny Carter, ‘más
que nunca solo frente a lo que persigue, a lo que se le huye mientras más lo
persigue’, encarna una percepción atípica. Sin importar que fuera porque
estuviera tocando fondo, o porque efectivamente poseía una sensibilidad
superior, lo cierto era que ‘un pobre
diablo con más pestes que el demonio debajo de la piel, tenía bastante
conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba
alrededor, que no había más que fijarse un poco, para descubrir los agujeros.
En la puerta, en la cama: agujeros. En la mano, en el diario, en el tiempo, en
el aire: todo lleno de agujeros, todo esponja, todo como un colador colándose a
sí mismo’. La alucinación es intuición de algo no manifiesto, pero latente
que se abre paso a través de los agujeros de quienes pueden y saben canalizarlo
para hacerlo visible. En el caso de Johnny ocurre con su virtuosismo con el
saxo: Si cuando yo toco, tú ves los
ángeles, no es culpa mía. Si los otros abren la boca y dicen que he alcanzado
la perfección, no es culpa mía. Y lo peor es que yo no valgo nada, que lo que
yo toco y la gente me aplaude no vale nada, realmente no vale nada’. La
apercepción artística ‘en modo’
Johnny Carter se mueve entre la incertidumbre de acceder a la verdad que su
arte le revela, y su conflicto con el mundo, con los demás que lo ignoran todo,
y lo peor: que ignoran que ignoran que sus verdades son espejismos que se basan
en estar ‘muy seguros de sí mismos,
convencidísimos de sus recetas, sus jeringas, su maldito sicoanálisis, sus no
fume, sus no beba…’ cuyos resultados tras décadas de aplicación apenas
convencen a los incautos, a quienes no les importa vivir engañados toda la
vida. En cambio, a los Johnny Carter les bastaría con abrir ‘una nada, una rajita’ (solo eso
pretendía el saxofonista) las puertas de la percepción hacia un universo al que
él y solo él podía acceder. Morirá intentándolo aunque al final aguarde el
fracaso.
III
JUGANDO
RAYUELA
Rayuela es el punto de
inflexión en la producción novelística de Cortázar. Por su insuperada apostura
ella marca un antes de y un después de… Rayuela es la novela de las incertidumbres, de las aperturas
irresolutas; de las preguntas sin respuesta. El relato empieza preguntando: ¿Encontraría a La Maga? Preguntamos por
lo buscado. Y apenas un poco adelante, el protagonista, Horacio Oliveira, se
autodefine: ‘para entonces me había dado
cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin
propósito fijo, razón de los matadores de brújulas’. Según palabras de
Oliveira, La Maga participa de esa impronta: ‘En fin, no es fácil hablar de La Maga que a esta hora anda seguramente
por Belleville o Pantin, mirando aplicadamente el suelo hasta
encontrar un pedazo de género rojo. Si no lo encuentra seguirá así toda la
noche, revolverá en los tachos de basura los ojos vidriosos, convencida de que
algo horrible le va a ocurrir si no encuentra esa prenda de rescate, la señal
del perdón o del aplazamiento’. Todos los integrantes del Club de la serpiente (Etienne, Babs,
Gregorovius, Wong, Roland), son buscadores: de abismos metafísicos, de
soluciones ‘patafísicas’. Los objetos
y objetivos de las búsquedas están definidos como paralelismos binarios que se
oponen diametralmente. Los más visibles son los de Horacio y La Maga. En el
capítulo 19, mientas le acaricia el pelo, esta dice a Oliveira: ‘yo creo que te comprendo. Vos buscás algo y
no sabés que es. Yo también y tampoco sé lo que es. Pero son dos cosas
diferentes’. La Maga encarna el conocimiento intuitivo propio de los niños,
los santos, los locos, y los artistas, opuesto a las lógicas de cuadrículas del
mundo intelectual de los demás integrantes del ‘club’. Ese cartesianismo
social y emocional lo observa y experimenta Horacio como nadie: ‘Dos estudiantes leían y escribían en una
mesa y Oliveira los veía alzar la vista y mirar hacia el grupo de los
albañiles, volver al libro o el cuaderno y mirar de nuevo. De una caja de
cristal a otra, mirarse, aislarse, mirarse: eso era todo. Los albañiles, los
estudiantes, los vendedores de lotería, cada grupo, cada uno en su caja de
vidrio’. Sí, cada grupo, incluido El
club de la serpiente, encapsulado en su propia caja. ‘Solamente Oliveira se daba cuenta de que La Maga se asomaba a cada rato
a esas grandes terrazas sin tiempo que todos ellos buscaban dialécticamente’.
(Cap. 4).
(…)
‘Ella no necesitaba saber, puede vivir en
el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es
su orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y del alma que le abre de par en
par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado
en prejuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Ah, déjame entrar,
déjame ver algún día como ven tus ojos’. (Cap.
21). Pero quizá la mejor
descripción de la inutilidad de la búsqueda (o mejor, de lo buscado) tiene su
registro más alto en la carta que La Maga escribiera a Rocamadour (su hijo),
después que este muriera, y antes de ella suicidarse. En la misiva que parece
más dirigida a Oliveira, dice: necesito
tanto tiempo para entender un poco eso que los otros y Horacio entienden
enseguida, pero ellos que todo lo entienden tan bien no te pueden entender a ti
y a mí (…) no entienden y en realidad no les importa, y a mí que tanto me
importa solamente sé que no te puedo tener conmigo, que es malo para los dos,
que tengo que estar sola con Horacio, vivir con Horacio, quién sabe hasta cuándo
ayudándolo a buscar lo que él busca y que también tú buscarás, Rocamadour,
porque serás un hombre y también buscarás como un tonto. (Cap. 32).
IV
FINAL DEL JUEGO
Debe
ser un despropósito pero lo voy a decir. El mejor personaje creado por un
escritor es él mismo. Yendo más lejos podría considerarse que los protagonistas
de sus obras se confabulan para inventarlo y darle la forma borrosa que va adquiriendo
a medida que escribe, mientras ellos se hacen cada vez más palpables. El Cortázar
que buscó (¿sin encontrar?), cierra la búsqueda de su sí mismo literario con
ese personaje fantasmal que es el Morelli de Rayuela. El escritor proyecta su persecución en ese alter ego en quien descarga la difícil
tarea de llevarla a feliz término haciendo ‘una
narrativa que no sea pretexto para la
transmisión de un ‘mensaje’ (no hay mensajes, hay mensajeros y eso es el
mensaje, como el amor es el que ama); una narrativa que actúe como coagulante
de vivencias, como catalizadora de nociones confusas y mal entendidas, y que
incida en primer término en el que la escribe, para lo cual hay que escribirla
como anti-novela porque todo orden cerrado dejará sistemáticamente afuera esos
anuncios que pueden volvernos mensajeros, acercarnos a nuestros propios límites
de los que tan lejos estamos cara a cara’. Sin embargo, incluso a ese
Morelli creado por Cortázar creado por Morelli, también le llega la hora de reconocer
la derrota de su búsqueda. 62 modelo para
armar fue el intento fallido por realizar la ‘anti-novela’, la gran ‘morelliana’
proyectada en el capítulo ‘62’ de Rayuela. Por ello, a diferencia de la
protagonista de Lejana, el Cortázar
escritor, demiurgo de todos esos personajes rotos, desgarrados por búsquedas
inciertas, seguirá incompleto, superado por sus alter egos ficticios. De ahí que, tal vez anticipando el inevitable
final ocurrido aquel fatídico doce de febrero de 1984, afirmara lo que bien
podría ser un doloroso epitafio: ‘Rayuela
prueba cómo mucho de esa búsqueda puede terminar en fracaso, en la medida en
que no se puede dejar así no más de ser occidental, con toda la tradición
judeo-cristiana que hemos heredado y que nos ha hecho lo que somos’. (Cartagena,
enero 25-28 de 2018).
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SOBRE LAS FUENTES Y LAS CITAS.
Todas
las citas son tomadas de la siguiente bibliografía.
Bestiario.
1ª edición, 1951.
Las armas secretas.
1ª edición, 1959.
Rayuela. 19
edición, 1976.
Los nuestros.
Luis Harss (en colaboración con Bárbara Dohman). 1ª edición 1966.
Todos
de Editorial Sudamericana de Buenos Aires.
Además:
Cortázar, la isla final.
(Recopilación de autores varios). (1983). Editorial Ultramar. Barcelona.
Bernárdez
Aurora y Álvarez Garriga Carles, (2014). Cortázar
de la A a la Z (Un álbum biográfico). Editorial Alfaguara. Buenos Aires. 1ª
edición. (En el centenario del nacimiento de Cortázar).
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MORELLIANA
Por Raymundo Gomezcásseres
Ya no podrás Julio
hablar de otro Julio
como cuando diste la vuelta al día en ochenta mundos
ni de Oliveira ni de Traveler
y La Maga ha quedado desamparada para
siempre
y la única
posibilidad de resucitar a Rocamadour
se ha ido
¿Por qué tenías
que morirte?
¿Qué Morelli
armará por fin el modelo 62?
¿Es la rayuela
como en Rayuela?
¿Conduce al cielo?
No tenías que ser
tan cronopio para alcanzarlo
Mira Julio
desde
…más
o menos…
el quinto cajón
de mi rayuela
…y
aquí entre nos…
de cronopio a Cronopio
¿No habría
bastado con crecer otro poquito?
Hasta famas y esperanzas enjugaron lágrimas
aquel doce de
febrero
y tú ahí dentro
Julio
en ese rectángulo
de oscuridad
creciendo
todavía
creciendo como
aún creces
ahí metido
quebrando
tu parálisis
facial con risitas de cronopio
haciendo honor a
tu ley de conducta en los velorios
pero ahí dentro
solo
en tu última
propuesta de lectura
privándome de lo
único que deseé en esta vida
tanto como amor
conocerte.
Para Julio
Cortázar, in memoriam.
(Del poemario Peligrosidad de las estatuas)
*Escritor.
Profesor catedrático del Programa de Lingüística y Literatura de la Universidad
de Cartagena desde hace 18 años. Autor de la trilogía novelística Todos los demonios, formada por Días así (dos ediciones), Metástasis (dos ediciones), Proyecto burbuja (inédita).
Querido amigo Raymundo: Muchas gracias por tus nobles y enaltecedoras palabras para con mi ensayo sobre Cortázar, que ya te envío completo junto con otro sobre John Huston, acerca de lo improbable del fracaso como ser humano, como creador, en tanto entregado a una causa perenne: el hacer de la propia vida una obra de arte.
ResponderBorrarEn cuanto a tu bello texto sobre el Cronopio Mayor (lástima de lo que privó Fernando Araújo con su decisión a los lectores y, al mismo tiempo, qué importa que no lo haya publicado cuando, como decía mi amigo Germán Pinzón, "todo pugna por salir") te diré algunas cosas. 1. "El examen" o la (indudable) grandeza de Cortázar. Voluntad de poder a la vez que conciencia de la envergadura del propósito. 2. "Perseguidores" o la búsqueda concreta/metafísica a un tiempo, como razón de ser del hombre y de la vida. Perseguidores al cabo perseguidos por la incomprensión, la injusticia, la envidia y, no en últimas, por la vanidad de los que se creen poderosos. Aun con la idea implícita del fracaso, el fracaso no es tal. 3. "Jugando Rayuela" o las preguntas no resueltas que, por contraste, incitan e invitan a seguir preguntando, entre otras cosas, por aquello que se busca "como un tonto", como Horacio, como Rocamadour (si llegara a crecer), como el propio escritor. 4. "Final de juego" o el escritor como el mejor personaje que crea a Morelli, quien crea al anterior, al autor. Autor que intenta completarse pero que nunca lo logra ni siquiera con su magno y noble proyecto de sus alter egos fictivos, antes que "ficticios". El poema "Morelliana" tiene la virtud de recoger las búsquedas entre fructuosas e infructuosas del escritor: también, las del lector. En fin, de quien sepa buscar, de quien sepa encontrar lo que ni siquiera se propuso el autor.
Muchas gracias, querido amigo Raymundo Gomescásseres, por tus sentidos y hondos textos. Un fuerte abrazo, hasta que vengas a Bogotá a que tomemos el "chocolate con queso amarillo en la Colonial". O en mi casa.
P. S.: Te envío los ensayos sobre Cortázar y Huston.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=232886
https://www.elespectador.com/noticias/cultura/un-ser-libre-en-medio-del-aparente-fracaso-articulo-731198