I
Por
lo general la peor pesadilla de todo adicto es retirarse porque se lo reclama
su salud deteriorada por la adicción. Es exactamente lo que acaba de pasarle a
un amigo con el que cada cierto tiempo, meses, a veces años, conseguía,
pequeñas cantidades de marihuana: diez o doce moñas medianas, buenas, que me alcanzaban para seis o siete meses.
Esto que podrá parecer mentira, no lo es y en la comunidad de los marihuaneros
esporádicos nadie lo duda cuando alguien lo dice. De igual manera nadie duda
cuando otro confiesa: yo me la paso
‘metiendo’ todo el día: mañana, tarde y noche. Eso era lo que hacía mi
amigo y por eso él mismo tuvo que ‘sacarse
la roja’. Me llevé un hijuemadre
susto: se me presentó un dolor intenso en todo el pecho, y tosía, y me salían
unas flemas abundantes y gruesas como natilla… Se trataba de una virosis, pero
yo sabía que había un valor agregado. De modo que como tuve que dejar de fumar
durante casi dos semanas, decidí aprovechar para ‘hacer el pare’. Mira, estoy
fumando marihuana desde los dieciséis: a esta edad ya debo considerar fumada
toda la que me correspondía. Reímos. Yo recibía la noticia con una mezcla
de alivio, solidaridad y comprensión, pero a la vez con un poco de inquietud y
desconsuelo. Me alegro… -le dije-. Supongo que te sientes de maravilla, no solo física, sino
espiritualmente. A manera de respuesta hizo un vigoroso gesto de
contracción asertiva con todo el cuerpo al tiempo que me dirigía una mirada de
complacencia. Hace apenas un mes, a esta
hora yo ya tenía los ojos bien ‘cocheros’… Mira como los tengo ahora. Acto
seguido acercó su rostro al mío. Efectivamente no tenía el más mínimo signo de
haber usado marihuana ni a cercano (minutos), ni a mediano plazo (horas). El
hombre estaba radiante, limpio. Experimenté un sentimiento bondadoso en mi
interior cuando se me acercó. En ello hubo una mezcla de alegría y alarde
celebratorio. Había empezado a consumir siendo muy joven y tenía 60 en el
momento de nuestra conversación; se enorgullecía de ser ‘modelo cincuenta’. Le
dije que me alegraba y lo felicité, pero también sentí que mi desaliento
aumentaba. Claro que yo puedo darte un
contacto, lo llamas, y él te la lleva donde digas.
Definitivamente
los marihuaneros son buenas personas, sufren cuando algún cómplice a quien
aprecian tiene dificultad para conseguir unos cuantos ‘porros’, y piensan en
soluciones. Agradecí y me dijo que si quería llamábamos enseguida. Acepté. A
pesar de la expectativa por esa solución, para que ella se produjera yo tenía
que acordar un encuentro con el ‘jíbaro’ y comprar mi propia marihuana. Eso desataba en mi interior un vacío por el
riesgo y la culpa. Hacía muchísimos años no la compraba personalmente.
II
La
diferencia entre mi amigo y yo siempre fue que, mientras él no podía detenerse
una vez daba las primaras caladas, yo, con seis pitadas finalizando la mañana
tenía para todo el día y solo excepcionalmente repetía muy entrada la noche: no
más de cinco o seis ‘plones’ (sazonados con una copa de vino), y a dormir
después de aprovechar la ‘coletera’ para hacer cualquier cosa, o descansar. Eso
tampoco ocurría a diario. Un ‘joint’ me duraba una semana, y las moñas totales
que mi amigo ‘se metía’ en una quincena, a mí me alcanzaban para seis meses.
Cuando se terminaban sencillamente dejaba de fumar, hasta cuando viajaba de
nuevo a la ciudad donde él vivía y entonces me abastecía. Era una forma cómoda
y discreta de adquirirla. Ahora estaba ahí, ante un jíbaro muy joven, que a lo
mejor pensaba: ¡qué marihuanero tan
viejo! A mi pregunta de dónde la
tienes, respondió con un debajo de
este celular, mientras me mostraba, un móvil agarrándolo con su mano
derecha formando un cuenco. Después de un fugaz diálogo le entregué el valor
acordado y recibí mi merca. Solo me volvió el alma al cuerpo cuando hube
recorrido unas cuadras instalado cómodamente en un taxi. Las recientes leyes
contra el microtráfico son para poner paranoico a cualquiera por más pilo que
sea.
III
Hay
que saber fumar la marihuana si se quiere aprovechar su maravilloso impacto en
la mente. Pero eso hay que aprenderlo. El camino que conduce a ese
“conocimiento” es largo, tortuoso, y de él no se dirá nada aquí. Los
marihuaneros esporádicos que lean esto saben de qué hablo: se trata de toda una
iniciación.
Cuando
digo ‘marihuanero esporádico’ no me
refiero a una clase o tipo social de fumador trátese de gente de la farándula:
cantantes, actores y actrices de cine y televisión; a integrantes del gremio de
las comunicaciones; o a ejecutivos y empleados muy formales de los sectores
bancario, médico, funcionarios con diferentes roles, etc. Ni siquiera a los
artistas (músicos, escritores: poetas, novelistas, pintores…) que entre otras
cosas son los más ‘fumetas’. Con tal
nombre designo al marihuanero hábil, reposado; el que no fuma por fumar,
incontrolable: ‘mañana’, ‘tarde’, y ‘noche’, parafraseando a mi amigo. A ese
marihuanero que recurre al cannabis solo para dos cosas: recreación liviana y
realizar juegos de-mente de vez en
cuando. Como alguien que se toma varias copas de vino cada dos o tres días.
Este consumidor no es un adicto en el sentido fuerte de la palabra; si tiene,
bien, y si no, también. Por eso no experimenta ansiedades ni síndromes de
abstinencia angustiosos. Cuando se obsequia ese relax no lo hace para quedar
convertido en un tonto, en una masa corporal amontonada, catatónica e inútil
debido a la traba: ese estado de
semiinconsciencia inerte en el cual se hunden repetida e inútilmente los
adictos compulsivos. Aunque si ocurre, toma la cosa como viene. También tiene
su encanto volverse una piedra de vez en cuando. Todo eso es ajeno al usuario
‘esporádico’ pues su búsqueda es un despliegue singular, una potenciación de la
mente para acceder a formas subterráneas de sinapsis. Su pretensión es
sencilla: quedar ‘colocado’ en el
umbral preciso de acceso a una asociación torrencial de ideas e imágenes
imposible de conseguir en estado normal. Eso no quiere decir que dicha
intención sea siempre provechosa, que sus resultados se traduzcan en algo
positivo; también puede ocurrir que todo termine en una pérdida de tiempo que
desemboca en un malestar insufrible que nada tiene que ver con lo que he
llamado ‘recreación liviana’. No olvidar que el riesgo de volverse adicto
siempre será una posibilidad real. Recuérdese que la cannabis es altamente
adictiva; no tanto como el tabaco o el alcohol, pero lo es. Si se cae en el uso
compulsivo el daño es devastador pues el cáñamo indio es una planta (no una
droga) muy energética (¿o energizada?), y su empleo desordenado conduce al
camino de la ruina física, vital, y psíquica.
IV
La
recreación liviana es algo elemental: un reposo taciturno y flotante, una
entrega a la molicie más muelle y uterina que pueda lograrse. Es el momento en
que no se hace nada y muy difícilmente se piensa algo, y cuando ocurren (hacer
y pensar), se trata de trivialidades. A menos que emerja de las profundidades
del subsuelo mental un estremecimiento o una idea cataclísmica que obligue a la
acción. Es frecuente que la recreación liviana y los juegos mentales se
impliquen, pero lo ideal es que si ella llega sola lo mejor es dejarla fluir y
disfrutar el abandono total en el vacío de la liviandad. Una hamaca siempre es
de gran ayuda.
Juegos
de-mente es una pobre expresión para
algo complejo. Aspira a dar cuenta de la alucinada agitación hiperactiva y
febril de las neuronas con su potencial recargado por el THC. Huxley habló de
abrir ‘las puertas de la percepción’;
para ello utilizó mezcalina. Guardando las proporciones, se trata de algo
equivalente. Como dije atrás lo significativo no es quién lo hace, sino cómo lo
hace. Y si el ‘cómo’ está bien, el resultado es el gratificante encuentro con
posibilidades de activar y proyectar la conciencia hacia límites que están más
allá de toda lógica, de toda relación causal, más allá de los fundamentos de la
realidad como tal, de cómo la percibimos en condiciones normales. Es el
abandono, la fractura de las cuadrículas cartesianas de nuestra chirle ‘prosa del mundo’ individual.
En
consonancia con esos momentos (o estados) que bien pueden considerarse
‘rituales’, florece una parafernalia de minucias que sería imposible
inventariar: que lavarse las manos, que cepillarse los dientes, que todo quede
en orden, no dejar cenizas. Esa clase de marihuanero es cuidadoso, no le gusta
‘dar boleta’.
V
¿Con
qué cantidad de marihuana, y de qué manera se puede conseguir lo anterior?
Empezaré por la primera pregunta. La cantidad debe ser mínima. El único
referente comprensible para ilustrar esto es el tamaño que debe tener el papel
de liar. Si se usa el ordinario que venden en paqueticos, lo aconsejable es
recortarle un tercio antes de armar el ‘porro’; es un mecanismo encaminado a
favorecer el propósito del uso reducido porque la capacidad de estos papeles es
enorme, de ahí salen hasta tres barillos
‘esporádicos’. Pero además de haber recortado el cuero, el resultado final debe ser intencionalmente delgado sin
llegar al límite de lo famélico. Otro método que facilita aún más el manejo de
la cantidad propuesta como ideal es recurrir al papel de los cigarrillos
ordinarios. Para ello se quita el filtro y después de humedecer con saliva la
parte engomada se desprende la juntura con mucha delicadeza. Así se obtiene una
sábana muy pequeña, apenas para un
‘joint’ delgado hecho con un mínimo de hierba. Este tipo de manta tiene una ventaja: quema mejor y
no hay necesidad de ‘carburar’ con tanta frecuencia, pero como se consume muy
rápido se desperdicia hierba.
Ahora
viene la respuesta a la pregunta por el modo. De entrada, hay que decir algo
fundamental: un pitillo como el descrito antes está destinado a durar varios
días. Para conseguirlo se debe proceder de la siguiente manera: el número de
caladas por consumición no debe ser superior a ocho o diez ejecutadas en forma
serena, sin afanes, para evitar toses incómodas, y procurando retener el humo
el tiempo suficiente para que la sangre asimile el principio activo del cáñamo:
el THC. Para prevenir ir más allá hay que apagar después de esas inhalaciones
profundas. Unos instantes después irrumpirá la torcida. A partir de ese momento todo queda en manos de la potencia
del producto. Una dosis como esa alcanza para varias horas de ‘colocación’
durante las cuales el usuario tendrá dos opciones: sumergirse en las blanduras
feéricas de la recreación liviana, o
abrir las impetuosas esclusas aluviales de los juegos de-mente. Estoy hablando como si se tratara de una decisión
voluntaria y la verdad es que, así como puede ocurrir de esa manera, no debe
pensarse que siempre es así. A veces sucede que el trip impone su propio ritmo; en ese caso lo mejor es dejarse
llevar.
VI
Son
de destacarse varios hechos importantes. En primer lugar, un marihuanero
esporádico genuino no fuma todos los días. Entre sesiones como la descrita
atrás debe haber mínimo un día de por medio, aunque lo ideal es que sean más.
En segundo lugar, el consumo no tiene nada que ver con asuntos laborales o
sociales; no se fuma para trabajar o para interactuar con otros en eventos de
diferente clase. Para tales menesteres nuestro personaje se reclama lúcido. Es
más, cuando se trata de eso evita el consumo. Tampoco socializa: el marihuanero
esporádico es un solitario, la intimidad y la privacidad son los reinos de su
secreta transgresión. Como dato accesorio, pero no por eso insignificante, hay
que mencionar la relación entre el consumo esporádico y la ingesta de alimentos
extras: antojos, ‘mecatos’, etc. Como es sabido, la marihuana intensifica el
apetito. Si se cae en la trampa de comer mucho estando kolino, el resultado será fatal: llenura, pesadez, visitas
demasiado frecuentes al baño, riesgo de desarreglos estomacales, malestar
físico generalizado, etc. En pocas palabras, todo lo opuesto a la recreación liviana, y lo que es peor, un
insuperable obstáculo para acceder a los malabares de los juegos de-mente. A veces el hambre experimentada bajo efecto de la
marihuana es más subjetiva que real. Y si se tratara de un fenómeno físico, hay
que imponer la voluntad y negarse a dar gusto al estómago en beneficio de la
sicodelia.
VII
En
ocasiones me han preguntado si creo que las drogas (marihuana) favorecen de
alguna manera el desempeño en el oficio de escritor, o de los artistas en
general: pintores, compositores, según sea el caso. Mi respuesta siempre ha
sido, es, y seguirá siendo negativa. La experiencia y los ejemplos de otros que
reclamarían una aserción son válidos. Es más, hay casos (Huxley, De Quincy, W.
Burroughs, Andrés Caicedo, Raúl Gómez Jattin entre muchos) muy notorios. Creo
que la creación literaria (cualquier creación) proviene de un estado de
conciencia lúcida, alerta y plena, de una apercepción clara y de una
sensibilidad erizada que permiten la apropiación del todo en forma intensa. Se
necesita un estado de energía crispada en la cima de su vigor, una floración de
fenómenos cósmicos vitales para que sobrevenga la epifanía creativa: esa
incomprensible conjunción de vibraciones y fractales misteriosos y fascinantes.
Y la marihuana afecta eso negativamente. Es más, si esa irrupción del genio
coincide con una fumada, nada tiene que ver con ella, y la segunda no ayuda en
lo primero; es más, sus consecuencias pueden ser negativas. Creo que es de
difícil para imposible crear algo significativo, valioso, bajo los efectos de
cualquier droga. Pero recuérdense las excepciones extremas de lo que podría
llamarse naturalezas divergentes: aquellas que no pueden crear sin drogarse.
Cada quien haga su lista.
VIII
Mi
amigo llamó dos días antes de mi partida. Me invitaba a tomar un té y fui.
Residía en una mansión de ensueño en uno de los barrios más elitistas de la
ciudad. Es un hombre vigoroso, culto, distinguido y soltero, que vive de una
renta. Preguntó cómo me había ido. Entendí enseguida. Mal, le mentí. No insistió en un por qué ni le di explicaciones.
Percibí la impresión de cierto desconsuelo en su actitud ante la respuesta. Tal
vez hubiera preferido que le dijera ‘bien’ y que enseguida agregara: hombre, unos cuantos ‘plones’ no te van a
matar. Pero no ocurrió nada de eso, él insistía en su abstinencia. El té
declinaba y yo quería aprovechar mi último día en aquella ciudad. Te voy a mostrar algo, me dijo
incorporándose. Terminé mi infusión. Traía una caja pequeña en la mano. Mira esto… Sus ojos tenían un brillo
encendido, su rostro iluminado traducía una maraña emocional que era una mezcla
de alegría, orgullo… Los mismos ingredientes que emergían de él cuando siendo
jóvenes, me mostraba aquellas enormes moñas color canela: frescas, resinosas,
perfumadas, tupidas, de la mejor marihuana del mundo. Recibí la caja. En todas
sus caras y tapas resaltaba la palabra ‘Clorofila’.
No leí la prescripción y beneficios de aquel brebaje naturista porque sentí que
era suficiente escuchar su voz: vigoriza
el organismo, limpia la sangre, favorece el sueño, facilita la digestión…
Aquel sonido seguía enumerando maravillas y de repente adquirió una emocionada
vibración en el tono para destacar lo más importante… Esto es lo más importante hermano, esto es lo más importante; mira, lee
aquí, y señaló el final de la lista con un dedo tembloroso por la emoción.
Leí: el más potente anticancerígeno que
existe.
Antes
de iniciar el recorrido hacia la puerta hasta donde me acompañaría a tomar el
taxi que había solicitado, eché otra mirada al interior de la caja. Había un
pequeño frasco. No resistí la tentación de mirarlo. Su contenido era un líquido
parecido al agua en todo. Y yo pensando que la clorofila era verde.
Ahí
iba mi amigo precediéndome: un ser al que no reconocía. Cuando nos vemos o
vemos a alguien de espaldas, lo visto no parece pertenecernos, ser algo propio,
o de ese otro conocido. Es como si ‘aquello’ no hiciera parte de nuestro ser.
Como si se fuera el sosía de alguien cuyo ‘de
frente’ nunca será mirado. No sé por qué al divisarlo adelantado, desde esa
perspectiva, la única palabra que me vino a la cabeza fue ‘clorofila’. Sentí en mis neuronas el baile de una risita mental.
Nos despedimos en el jardín quedando en vernos de nuevo dentro de un tiempo.
Tengo el presentimiento de que cuando llegue ese día brindaremos con clorofila.
Autor: Ceferino Píriz
Portada: Darren
Goldman
TESTIMONIO: PACTO CON EL DIABLO . Soy una mujer y he estado haciendo el trato durante cuatro años. as? que soy viejo en eso. Yo solía ser una camarera en un restaurante. pero hoy gracias al pacto soy accionista de empresas internacionales como Facebook, twitter, Renault, Visa, Western Union....... Tengo empresas en todo el mundo. Estoy muy feliz con mi esposo y mis dos hijos. Est? bien. Doy las gracias una vez más a este templo satánico que me ha ayudado a tener éxito en mi vida. para aquellos que quieren contactar con ellos. aquí está su dirección : espiritualtemplo@gmail.com
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