CARTA DE UN PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE CÓRDOBA A SUS ESTUDIANTES A PROPÓSITO DE LA CRISIS DESATADA POR EL CORONAVIRUS.

Nos han dicho a los profesores de nuestra universidad que debemos desarrollar unos contenidos. Nos han expresado que debemos preparar una serie de actividades. Nos han pedido que subamos materiales y documentos a una plataforma o que los enviemos a sus correos. Nos han indicado que de esas actividades deben salir unos productos. Nos han explicado que a esos productos les debemos asignar una nota cuantitativa. Nos han enviado un formato en que registrar esos contenidos, actividades y productos. Nos han dicho que debemos seguir trabajando con ustedes desde la distancia de un computador. Y yo —como lo ha revelado mi silencio de la última semana— no he hecho nada de lo que nos han pedido. Y no sé si pueda hacerlo tal como nos lo han pedido.

Desde la semana anterior, he visto cómo ustedes se debaten entre suspender el semestre o seguir con la dinámica de virtualización de las clases. Sé que han estado mucho más saturados de trabajos que cuando asisten a encuentros presenciales. Sé que algunos se han visto obligados a reunirse en grupos para hacer actividades cuando la orden nacional es evitar las reuniones y el contacto físico más allá del núcleo familiar. Sé que, como ustedes han sostenido en distintos espacios, muchos no tienen un computador para escribir un texto en Word y mucho menos para conectarse a internet por dos y tres horas. Yo sé en qué universidad estudié y sé también en qué universidad trabajo.

Si esto hubiera ocurrido hace diez años —cuando yo era estudiante de pregrado y sobrevivía los días con mangos y el ficho del almuerzo— hubiese tenido que cancelar el semestre. Entonces, tener un computador era un privilegio y tener internet en mi casa, una utopía. Yo sospecho que aún sigue siendo así. La situación está sobrediagnosticada por ustedes mismos: todos sabemos que estudiamos y trabajamos en una universidad de provincia, todos sabemos que, en Córdoba, la relación entre la población de la zona urbana y la rural raya en el cincuenta por ciento de lado y lado. Todos sabemos que la conexión a internet en las zonas rurales del país está por debajo del quince por ciento. Todos sabemos que este tiempo es para estar en casa aislados o ayudándole a gente que lo necesita y no en donde el vecino del frente robando una poca de wifi.

Mis palabras, entonces, no quieren ahondar en las razones materiales por las cuales no sé si pueda cumplir con lo que se me ha pedido o al menos no de la forma en que se me ha pedido. Mis motivos son otros. Creo que este tiempo es excepcional. Es la historia misma que pasa por nuestro frente y no sabemos qué podrá pasar mañana. Siempre me he sentido al margen de las narrativas universales, siempre he sentido que la historia ha pasado por otra acera. En esta ocasión, sin embargo, la historia va por el mismo camino de cada uno de nosotros y es probable que cientos de cordobeses no estén para cuando esta pase, y podamos entender la magnitud de lo ocurrido.

Creo que este tiempo no está para pasarlo al frente de un computador respondiendo por cosas que quizá pueden resultarnos inútiles ahora cuando no sabemos cómo será el futuro. Yo mismo me he visto incapaz de tomar un libro y leer, y ustedes saben cuánto amo pasar páginas tras páginas hasta la madrugada. Por eso siento que en este momento no puedo presionar a un estudiante con actividades y tareas que quizá las pongo para mantenerlo ocupado o para asignarle una nota que me permita cumplir con el criterio de las tres por corte y no para formarlo en lo que necesita. 

Yo sé el valor de la ciencia y la academia y lo que digo no está en contra de la formación que ustedes merecen. Este momento nos lo ha enseñado con el ejemplo: médicos, enfermeros, biólogos y trabajadores de la salud en general son hoy imprescindibles en la lucha contra un enemigo común. Mientras eso pasa, yo como profesor no puedo estar pensando en poner una actividad de escritura o en ponerle un cinco o un cero a un estudiante porque hizo bien o mal una actividad que quizá no expliqué con solvencia, que quizá la hizo por salir del paso, que quizá la puse para cumplir con el formato que llegó a mi correo. Yo como profesor debo estar pensando en que cada uno de mis estudiantes pasen este momento con la menor zozobra y con el menor de los riesgos.

Yo entiendo al señor rector y a las directivas y su preocupación por el cumplimiento de los dos semestres académicos al año y el modo en que esto redunda en el futuro económico de la universidad, pero lo que nos ha enseñado este virus es que la economía no puede estar por encima de la vida y las emociones de las personas, que el bien de unos tantos no puede depender de la desgracia de unos miles y que los hombres siempre deben estar a la altura de su momento histórico. Y a mí este momento histórico no me permite estar pensando en contenidos, en actividades, en productos y en notas cuando lo que está en juego es la vida de miles de colombianos.

Sé que este tiempo presente no es igual al pasado que hasta ayer vivimos. Sé que yo mismo he bromeado con la crueldad de este presente que ahora se nos impone y hasta en algún momento lo he menoscabado. Pero también tengo la absoluta certeza de que habrá un mañana. Entonces, ya podremos hablar de comas y de puntos, de enunciados, argumentos y discursos, de reseñas y de ensayos. Ahora es mejor que estemos en casa apoyando a nuestras familias y cuidándonos nosotros mismos. Eso haré yo. Aquí estaremos todos cuando esto pase.

No sabemos cuánto tiempo estaremos aislados y sin clases presenciales. La experiencia china demuestra que antes de tres meses es imposible soñar con reuniones y concentraciones cerradas. Por tanto, les propongo, para lidiar con la tensión del encierro y el enclaustramiento, escribir un diario en el que cuenten —con palabras, fotos, videos o memes— la manera en que pasan estos días de aislamiento. Solo si las circunstancias nos obligan, esa será una nota. Pero más que para obtener una nota, el diario, y ningún diario se escribe todos los días, servirá para que dejen un registro histórico del modo en que sobrevivieron al maldito coronavirus.

Desde mi casa, donde nadie entra ni sale, su profesor.

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